viernes, 30 de septiembre de 2011

Canciones

Dibujar sin música no era posible. No sé si escuchaba música y mientras dibujaba para pasar el rato, si dibujaba y usaba la música como "ambiente" para sintonizarme con lo que estaba tratando de dibujar, o si directamente ambas acciones eran un sólo proceso simbiótico. Pero no podía.
La mayoría de los dibujos y pinturas fueron "cocinados" en el caldo de cierto tipo de música, pero muy pocos fueron específicos de tal o cual tema. Por lo general, -y dado el tiempo que llevaba pintar algo- el resultado final era el hijo de una colección bastante heterogénea de intérpretes.
Pero hay excepciones. Acá van dos que se me ocurrieron al escuchar un tema, y que sentí (imprudentemente) que era capaz de ilustrar.
"La fuente de Salmacis" (de Génesis, y a su vez de la leyenda Griega de la ninfa Salmacis y el hijo de Hermes y Afrodita, derivada a su vez -sin duda- de algún retorcido mambo freudiano prehistórico)

"La reina Juanita y su amante el pescador" (de la excelente y nunca bien ponderada Incredible String Band)
 "The Lady Lies", de Génesis (creo que está en "And then there were three")

Todas son interpretaciones libres, por supuesto, así que ahórrense las críticas históricas, musicales y/o formales. Aunque parezca un poco ofensiva la aclaración, se debe entender que estos dibujos no ilustran las canciones en sí, sino la impresión que causaban en mi: hay gente que necesita que se le señales estas sutilezas, vieron?

jueves, 29 de septiembre de 2011

Lápices.

Empecé con dibujos a lápiz, menos por elección que por necesidad: era lo que había. De hecho, ni siquiera usaba papel de dibujo. Me manejaba con recortes de lo que no usaba en la escuela, y unas resmas de formularios continuos usados que papá traía del trabajo.
Estos que están acá fueron hechos entre mis trece y mis dieciocho años. Algunos pueden ser posteriores, otros anteriores: no importa. La época general es la misma. Los conservé no tanto porque pensase que tenían gran valor estético, sino porque me gustó siempre ese aire de misterio que se puede conseguir con la escala de grises y el disfuminado. Amén de que ilustran, también, parte de la fauna de monstruos y paisajes que me rondaban por la cabeza en aquella época.
 "Lluvia petrificadora de océanos"
"Un dios de esos que nos gusta inventar (Sordo)"
"El bicho de vidrio"
 "El demonio de la media americana"
 "Vehículo-luz universal"
 "Templo de la isla ubicada en el centro exacto del pantano"
 "Mancha en el techo, justo sobre mi almohada"
 "La bruja de las tres de la mañana"
 "El monte Levisor"
 "Barrio"
 "Cerrado al tránsito" (otro caso en el cual mi scaner ejerce la crítica artística inconsulta y recorta parte de la imágen: ay, todo el mundo opina...)
 "Ángeles quedan: la joda es encontrarlos"
 "El rancho del gaucho loco: delirio arquitectónico"
 "Ciudad en el fondo de un cráter"
 "Biomacchina"
 "El Gran Matemático"
 "Mi otro yo"
 "Biomacchina"
 "Ciudades enemigas de la Sima"
 "Dick y Ahab, una pareja feliz"
 "Biomacchinas"
 "Langostino: cruza de langosta y submarino (aquí volando debido a una confusión de sus tripulantes, que no sabían que los langostinos no vuelan")
 "Nube tapando la luna"
 "Comienzo de la lluvia petrificadora de océanos
 "Laberinto"
"La ballena en la pecera"

jueves, 8 de septiembre de 2011

Hurgando en el marote


Quizás, llevado por ese principio médico -pan de los bioquímicos- que sostiene que analizando las sustancias que desecha nuestro cuerpo se puede conocer algo de los procesos que ocurren en su interior, uno intente ver en esas cosas inexplicables que dibujó o escribió las respuestas a las secretas mareas que sufrió su persona.
O quizás, como perversamente sugería el viejito vienés, no son más que la forma aceptada socialmente en que uno se conforma por no haber podido revolver mierda con el dedo cuando era muy chiquitito.
Y puede ser, también, que todo no haya pasado de ser una fanfarronada, una forma de lucirse por sobre los demás aprovechando habilidades que el azar depositó en uno.  Mera estética decorativa, sin razón ni motivos profundos.
Cualquiera fuera la causa, las preguntas siguen abiertas. Por qué no le pasa a todo el mundo. Por qué estas formas, y no otras. Por qué tienen ciclos, durante los cuales aparecen y desaparecen como la pasión por los barriletes, las bicicletas y las bolitas. Si significaron algo, qué?. Y si no significaron nada, entonces otra vez, qué?
…………………………………………………………………………………………………………………………………………….
Nada escapa a la conjetura. Cuando era chico (16, 17) escribí que en cada dibujo que yo hacía había una historia (o parte de una historia, o por lo menos un argumento), y que en cada cuento que escribía me preocupaba mucho por describir lo que se vería si de veras estuviese ocurriendo. O sea que, cuando dibujaba, relataba, y cuando relataba, pintaba un cuadro. Se podrá comentar que como dibujante fui un buen escritor, y como escritor descollé dibujando, pero lo cierto es que quizás para aquella época ya sintiese que cualquiera de las dos formas de expresión quedaba lisiada para mí si no la complementaba con la otra. El cine podría haber sido una opción más satisfactoria, pero quedaba fuera de mis medios (físicos y económicos)
Hoy, me gusta más la teoría del viejo junto al fuego.
La teoría del viejo junto al fuego (de mi autoría, por supuesto) sostiene que la literatura, y el placer por la literatura, nacieron en cuanto la humanidad tuvo su habla. El placer por una buena historia bien narrada se experimentaría al final de las duras partidas de caza, o en los largos y aburridos meses dentro de la caverna durante las glaciaciones, y provendría de los viejos narradores (de su experiencia, y de sus habilidades para describir los hechos y atrapar a su audiencia con sus suspensos y tiempos), que encontrarían su público junto al magnético atractivo del fuego.
Durante miles de años, esta forma de arte compartió con la música el incómodo carácter de “efímero”.  Un muro de caverna se pinta y dura cien mil años, una Venus tetona se talla y dura noventa mil, pero un cántico, o un cuento, muere en la última nota cantada o la última palabra que se narró.
Eventualmente, apareció la escritura. La música siguió siendo efímera (una partitura no es música, sino indicaciones sobre cómo tocar la música), pero el papiro, el pergamino y el papel le dieron a los contadores de cuentos la posibilidad de que sus historias se anclaran en el mundo real para siempre, en vez de ser disueltas por el viento del tiempo. Dentro de la casta de los narradores, apareció una sub especie nueva: los escritores. Ambas conviven hoy en día (todos conocemos ejemplos de ambas clases) y la diferencia más radical entre ellas no es el medio “libro”, sino la importancia que le dan a la permanencia inalterada en el tiempo de aquello que narran.
Si mi arte perdura, algo mío perdura.
Mis fantasías, mis sueños locos (mi materia fecal mental, si se quiere) debía durar lo que permaneciera en mis neuronas, y desvanecerse luego en el olvido. Como le pasa a todo el mundo. Escribiéndolas, dibujándolas, ya las sacaba de lo efímero, las volvía constantes. No importaba si otros las conocían o no, o si me sobrevivían, ni si me daban gloria o plata alguna. Cambiaban de estado. Saltaban del no-tiempo a la materia. Magia.
En cierta forma, me permitían el frankesteiniano placer de crear criaturas de la nada, y verlas crecer, evolucionar, y luego estacionarse en formas atemporales. Puede que en esas criaturas hubiese ADN mío (no voy a negarlo), y puede que parte del alivio existencial de crear sea esa pequeña victoria contra nuestro propio y disimulado carácter de efímeros, pero lo principal, el bonus que conseguía al final del trabajo y del esfuerzo, era esa sensación de paternidad, de ser creador, de haberle metido mis fórceps en el vientre de lo que no existe y de haber extraído con ellos esas obritas que, valga lo que valgan, no hubiesen existido jamás sin mi.
Sea como sea, el lado simpático del asunto es que el tipo, con cincuenta y un años encima, sigue perplejo consigo mismo y sin conseguir entenderse del todo.

Bueno: como premio (es una forma de decir...) por haber aguantado tanta sanata, acá van dos dibujitos
 "El Capitán Beto" (por supuesto. No podía ser de otra manera...)
"Estación en el trópico". No es inventado por mí, sino pintado desde una fotografía. Aún asi (aún así) lo pinté porque parecía sugerir alguna desolada historia, algún misterio...Todo está, claro, en los ojos del que mire.

martes, 6 de septiembre de 2011

Más parsecs todavía...

 (tendría que haber lavado un poco el modelo antes de fotografiarlo) Este es un remolcador "Libertador" de más o menos doce centímetros de eslora. Podría decir que lo hice porque fué el primer buque que fué realmente "mío", y donde me dí todos los gustos como jefe de máquinas, pero la verdad es que fué de puro aburrido. Como maquetería naval es muy poco preciso (el parsec no es para eso tampoco): quizá sí sea elegible como caricatura.
 "Grifo". Este grifo lo hice para Margarita. Lo conserve quién lo conserve -y símbolos al márgen- el bicho es lindo


 Lo dicho: demasiado sucio para apreciar los detalles. Pero bueno: el original también pasó por temporadas así...
Esta proa roma, fea y malhumorada no es error del maquetista ni exageración de caricatura. El Libertador era así de feo. Las críticas deben ir al ingeniero Contaldo (que tiene el lomo curtido por años de sufrir las mismas)

lunes, 5 de septiembre de 2011

Por qué seguir


Me tocó ser golpeado por la peor desgracia que le puede suceder a una persona, que es perder a un hijo. Me tocó de improviso y sin explicación. Y me robó a una persona que tenía la extraña magia de lograr que todos a su alrededor se sintiesen alegres y apreciados. Perdí a mi nena, y este golpe bestial cortó de un tajo una gruesa arteria de amor que iba de mi corazón al suyo, haciendo que todo ese cariño se perdiera, inútil, en los días y noches que siguieron a su muerte.
No es este el lugar de hablar de mi dolor. Pero sí creo que tengo la obligación de explicar algo.
Cuando a uno le pasa algo así, y cuando consigue salir del estupor y el crudo dolor del principio, empieza a pensar cosas raras. No me avergüenza reconocer que muchas de esas cosas fueron tan estúpidas como el suicidio, la búsqueda obsesiva por alguna culpa, la paranoia mística, y los actos de homenaje desaforados. Para quien no es religioso, además, y que descree también de los ritos y ceremoniales “que corresponden”, la sensación de desamparo y de impotencia es desoladora.
La tentación de doblegarse y hacer cualquier cosa que nos haga sentir que “algo hicimos” (por ella, por nosotros: no se) también es poderosísima. Y si no caí en ella –ni en ninguna de las otras estupideces que me cruzaron por la cabeza- fue en parte por el amor de las personas que me quieren (Claudia, Seba, los viejos, mis hermanos), y en parte, también, por la forma en que decidí rendirle homenaje a So. Flores marchitas, una lápida solitaria, retratos con listón negro: toda la parafernalia usual la sentía como inútil a la hora de robarle a la muerte aunque sea un pedacito de su triunfo. Pero adoptarla a ella como consejera para el futuro, hacer que su criterio, su humor, y su forma de ser pasasen a ser una especie de duendecito sentado en mi hombro a la hora de juzgar y tomar decisiones, me hizo sentir mejor.
Nunca pensamos igual Sofi y yo, y no creo que nunca llegáramos a hacerlo tampoco. Pero siempre reconocí que, las veces en que me retó, las veces en que me discutió, y las –muchísimas- veces en que se rió de mi, siempre lo hizo desde una perspectiva distinta a la mía. No mejor ni peor: nueva, diferente. Recuerdo esas perspectivas, recuerdo esa actitud ante el mundo que se había fabricado, y recuerdo sus atajos y cortes netos en los razonamientos largos y estructurados. Seguir recordándolos, seguir preguntándome “Qué diría Sofi ahora de esto, qué opinaría de aquello?” es mi forma de conservar, en vez de un recuerdo estático, una forma más dinámica y más viva de permanencia de su persona.  Sofi –la verdadera Sofi- no puede estar en las fotos quietas, en las ropas que ya no va a usar, ni en el pequeño cofrecito que guarda sus cenizas. Si algo puede seguir vivo de Sofi, eso son los buenos recuerdos que todos conservemos de ella, y las cosas que siga haciendo a través de mí y de mi idea de cómo hubiese procedido ella en mi lugar (las veces, claro, en que le haga caso: ya dije que no siempre estuvimos de acuerdo. Pero incluso sin hacer exactamente su gusto, no dudo que esa otra opinión fresca y llena de humor me va a influír y va a influír siempre de alguna manera en mis actos).
Y aquí llegamos a este blog. La primera tentación fue cerrarlo por tiempo indeterminado (por “luto”, por decoro, por respeto a la gravedad de lo que pasó). Me pareció que seguir con algo tan liviano en un momento en que mi mundo se había ennegrecido del piso al techo, era una falta total de sensibilidad. Una indecencia, incluso.
Pero entonces, de nuevo, le pregunté a So. Lo que me respondió queda entre ella y yo, pero el blog sigue. Y como hay que elegir cómo seguirlo, y como eso me corresponde a mí solito, elegí para ello un hada de parsec que le hice a ella hace unos cuatro o cinco años. Nunca la apasionó mucho (era demasiado naïve para su estilo, demasiado infantil para quién buscaba con ansia su identidad adulta), pero nunca se deshizo de ella.
Pensé en sentarla sobre su urna, como una forma de poner algo de frescura y de alegría en un sitio tan frio y feo como el lugar donde se encuentra, pero después, pensando en las telarañas y las cascaduras inevitables del tiempo, me di cuenta de que sólo estaría creando un adorno feo para el futuro. En el blog, por otro lado, no va a envejecer: al igual que mi recuerdo de So, va a estar siempre igual, siempre entera, y siempre sonriente.
Y aunque a algunos les pueda parecer una morbosa falta de respeto, me gusta imaginar a veces a una So del tamaño de esta hada, sentada en mi hombro derecho, acompañándome con sus risas y sus consejos por el resto de nuestras vidas y tirándome de la oreja cada vez que me paso de serio, de rebuscado, y de formal.
Te quiero, So.