viernes, 18 de mayo de 2012

"El lucero: árbol cuyo fruto es la luz" (¿Se entiende, no? El limonero da limones, el bananero da bananas, etc)
Hay algo triste en este dibujo. El tema parece ser la luz, pero el ambiente es crepuscular, apagado. Incluso aceptando que para que se note más la luz que uno dibuja se la debe hacer contrastar contra un fondo oscuro, no sé: hasta las lucecitas parecen solitarias, apagadas y tristes

viernes, 27 de abril de 2012

La novia de la ciudad

Este es otro de aquellos cuentos viejos que no consideré necesario subir como libro, pero que tampoco me resigné a destruir. No es uno de mis favoritos, pero tiene un cierto encanto que siempre le salvó la vida.
Y, más abajo, subo otro de esos dibujos que vinieron del túnel del tiempo. No le he encontrado el título (y me extraña que no lo tenga), pero quedará así: ya es tarde para andar toqueteando el pasado.



A NOIVA DA CIDADE (Por Chico Buarque):

Como la misma historia demostrará, los nombres y orígenes de los personajes, el lugar y época de los hechos, y toda otra cifra, fecha y coordenada carecen por completo de importancia. He consignado apenas los hechos y sus matices; lo demás, la humana burocracia de los acontecimientos, la ignoré y desestimé desde un principio.
          Créanme: si quizá no todo lo escrito sea importante, sin duda lo omitido no lo es.


          Pasa en un callejón, nunca se debe dejar de tener esto presente. Menos calle que patio, su existencia estática contraviene su esencia de calle: una calle es dinámica, lleva, trae, tiene algo de río, de conducto, de historia y de devenir en el tiempo. Un callejón está quieto. Un callejón es una calle que no funciona.
          Algo de eso se siente al contemplarlo de noche. Si una calle a veces hace pensar en una máquina de trasladar, nuestro callejón cerrado produce la sensación de un aparato detenido, arrumbado y oxidado.
          Donde le da la luna, su empedrado es el lomo de una cobra negra, con húmedos reflejos azulados en cada escama. En las sombras se agruma la oscuridad, encarnada en lo que quizá sean basuras, cajas, latas o gatos. Otras sombras, rectas, geométricas, caen desde las paredes y salientes, pintando paralelogramos negros e irregulares sobre los frentes de los edificios.
          Una pared, vieja y descascarada como la luna, es nuestro lado derecho. Avara en ventanas, tanto las dos altas como las bajas y las del sótano están profundamente incrustadas en el muro, de tal modo que apenas algún reflejo  inesperado nos permite adivinar los cristales. La puerta está adornada con un moho diferente al de la pared –un poco más moribundo en la madera cenicienta-, pero con las mismas meadas de perro, y la misma mugre histórica.
          La valla que cierra el fondo del callejón es una cabeza más alta que un hombre.  Una ola de enredaderas asoma dispuesta a derramarse sobre la basura, pero permanece quieta. No hay viento. Se adivina, por la fragancia, un sensual y bien regado jardín detrás. De la enredadera hacia arriba, sólo se extiende un cielo negro y luminoso.
          A mano izquierda está la casa que nos interesa. En sí, es intrascendente, vieja, recatada y pulcra. La noche en cuestión tenía cerrada la puerta cancel y las dos ventanas del piso inferior (casi se diría que apretadas, como si hiciese fuerza por dormirse) pero –y esto es lo importante, y la razón de que yo me tome el trabajo de escribir todo esto- una ventana, en un balconcito del primer piso, estaba abierta.
          Los hierros del balcón, un encaje negro, podrían compararse el plomo de un vitraux, si hubiese cristales del color del cielo de noche de verano. Había tanta luna que costaba ver las estrellas. Y a la luz de la luna, cada tanto, uno de esos suspiros del verano –que no llegan a viento- sacaba a las cortinas blancas al balcón, las llenaba como fantasmas gordos, saltaba con ellas al vacío, las vaciaba en una veloz reverencia de minué, y las dejaba caer lentas, como telarañas, hasta el interior de la habitación.
          La habitación estaba oscura.


          Temprano esa noche, un hombre joven, delgado y decidido, entró al callejón. Al alcanzar la altura de la casa cerrada su decisión lo abandonó, y permaneció un rato mirando el hueco negro de la ventana abierta. Se miró la punta de las botas otro rato, con los brazos en jarras. Volvió a mirar el balcón, como cerciorándose de una conclusión a la que había llegado y, cabizbajo, dio media vuelta y se dirigió hacia la salida. Pero muy despacio. No llegó a salir. Volteó otra vez –caminando cada vez más lento- y, frente a la casa del balcón, tomó asiento en el cordón de la vereda de en frente. Apoyaba los antebrazos en las rodillas, y en ellos su cabeza pensativa.
          Cada tanto echaba una larga mirada a las cortinas, y luego volvía a apoyar el hocico en las mangas.
          Como una hora después, el ruido de unos pasos lo hizo sobresaltarse y atender a las sombras de la entrada al callejón. Iluminado por la luna, entró en escena algo así como el prototipo del hombre de edad madura, ni rico ni pobre, ni santo ni canalla, ni hermoso ni seco, ni joven ni viejo, ni obeso ni en forma.
          Sus ojos desencajados no percibieron al joven en un primer momento, atraídos casi dolorosamente por el balcón. Se detuvo casi en el mismo lugar en que lo hizo éste una hora antes, suspiró como al fin de una larga escalera y entonces, abatido, miró a su alrededor hasta cruzar su mirada con la del joven sentado en la vereda.
          Algo les inspiró repugnancia ante el esfuerzo de hablar de más, de presentarse, de explicarse, o de disimularse. Entendieron que lo suyo era tan evidente que cualquier rodeo sería vano, y fatigoso.
          Se comprendieron
          -¿Está?- preguntó el mayor
          -No sé. Pero si, por supuesto. ¿Cómo podría no estar?-
          -Pero…bueno, digo: ¿Usted la vio?-
          -No. Pero se que está.
Usted tampoco la vio, y seguro que también sabe que está.-
          Se miraron en silencio, temerosos de admitir lo que entendían ante un extraño.
          Lentamente, el hombre maduro se colocó junto al joven. Se inclinó hacia delante, se tomó las rodillas y, cuidando atentamente el equilibrio, fue agachándose hasta quedar sentado junto al otro. Al soltar la respiración contenida, se le inflaron los carrillos. Suspiró. Chasqueó la lengua, y evitó mirar a su vecino.
          Estuvieron así un buen rato hasta que, de improviso, el joven empezó a hablar.
          -Es todo tan raro...me siento tan raro...Nunca tuve nada así, jamás. Gustarme una mujer, si, por supuesto, claro, muchas...enamorarme...bueno, no puedo recordar un momento en que no estuviese enamorado de alguna. También he estado apasionado, en celo, enloquecido; conozco la fiebre y el insomnio del deseo, y la locura por poseer un cuerpo sea como sea...pero esto, así, no, no lo conozco ni lo entiendo.-
          -¿Cómo es?- preguntó, comprensivo y desde las sombras el mayor.
          -Es...es una idea que no se define...o el agujero que deja una idea cuando se pierde...una sensación como de que se me requiriese pero sin llamarme…algo así, y sobre todo cuando se pone el sol. Y cuando llega la noche,  en lo único que puedo pensar es en que ella está dormida, y sola. Hay cientos de muchachas dormidas en la ciudad, lo sé, y algunas son tan hermosas como ella, pero…no se cómo explicarlo.-
          -Como si lo único real en el mundo fuese su cama, su cuerpo y su sueño. Como si nosotros viviésemos en ese sueño, y sólo pudiésemos encontrar sustancia real en ese balcón, entre sus brazos. Somos como náufragos, flotando en el mar, y para nosotros, de noche, la única isla es ella.-
          El joven, sorprendido, asiente emocionado.
          -¡Si, eso! Y, además, es como si la tierra me chupara las tripas hacia aquí, como si me naciesen pelos y zarpas de lobo al acercarme, como su fuese capaz de…capaz de…-
          -¿De?-
          -¿Quién sabe? Camino distinto: siento mi paso distinto. Siento una expresión más decidida, como una máscara, impuesta sobre mi rostro. Siento ráfagas de audacia sin sentido. Siento que tengo que revisar todo lo que valoraba o despreciaba, borrar todo y empezar de nuevo…no hay nada que no me atreviese a hacer si pudiera…-
          -… ¿entrar por ese balcón?-
          El joven lo miró desafiante
          -Si, para qué negarlo. Lo haría. No se para qué he venido acá si no es para eso.
          Y Usted, ¿a qué vino?-
          El viejo se encogió de hombros.
          -No podía dormir-
          -¿Y nada más?-
          -A mi edad no es raro dormir poco. Nos quedamos en la cama boca arriba, acompañados de recuerdos y de planes. Edad difícil para dormir, vea: uno tiene ya mucha historia encima, pero no tanta que se haya resignado a no seguir haciendo planes. Es triste, pero esos compañeros de cama ya no nos avergüenzan, ni nos entusiasman, ni nos asustan. Aburren apenas-
          -¿Y por eso vino al callejón esta noche? ¿A juntar sueño?-
          -No, no. Vine porque por primera vez en muchos años mi sudor de verano volvió a tener olor a hombre nuevo, y mis miembros cosquilleaban de ganas de trepar, de pelear y de amar. Y el olor de la noche decía demasiado como para amortajarse en las sábanas…en fin… como todo ello apuntaba como una brújula, lo seguí y aquí estoy.-
          -Pero, ¿a qué vino?-
          -No se. A nada, quizá. Lo único que sé con certeza es que no podía no venir y que… ¡mire, mire esas cortinas flameando a la luz de la luna!: sólo con verlas ya estoy mejor que en mi cama.-
          El joven piensa. Sigue con dudas, pero teme ser impertinente y calla. Aún así murmura, como meditando
          -tiene dieciséis años…-
          -La tierra tiene millones. La luna, puede que más. Y mi sangre, según los médicos, tiene menos de tres días, porque eso es lo que viven las células que la componen. Hasta el más viejo de los hombres lleva un bebé de sangre en su corazón, y la vieja tierra lo hace jugar y removerse a veces.-
          El otro calla avergonzado. No lo convence el argumento del mayor, sino el conocimiento de lo poderosa que es la fuerza que los trajo: junto a esa razón sin argumentos, todo lo demás no importa. “Un imán” piensa “si: un imán atraería igual a un hierro nuevo que a uno viejo… ¿y qué puede hacer el pobre hierro, más que dejarse atraer?”.
          -¿Sabe? Yo tendría que estar celoso, molesto de que usted anduviese por acá, pero, sin embargo, no puedo. No siento nada por usted. No, “nada” no: no siento nada en contra. Tampoco mucho a favor, como no sea algo así como solidaridad…para ser sincero, lo único que puedo sentir son ganas de estar allí, de echarme sobre ella, de abrazarla, de que me abrace, de besarla, y…-
          Guarda silencio, mirando dolorosamente al balcón.
          -Puede que más adelante, si llega a tener algo que le puedan quitar, llegue a tener celos de todos. Por ahora, compartimos toda la nada que tenemos.- dice el mayor, pero el otro, concentrado en el balcón, parece no escuchar.
          Los sobresalta el ruido de cuatro zapatones pateando latas y basuras, acompañados de risas veladas y culpables. Las voces, disimuladas con poco éxito, llegan hasta el joven y el mayor desde la entrada al callejón. Voces y risas que rompen a hachazos la paz y la belleza del lugar.
          Cuando los recién llegados notan que hay dos hombres en el lugar, sentados en el piso y observándolos, se quedan callados y quietos en el sitio. Los primeros tampoco reaccionan de ninguna manera: apenas miran. Pero las miradas de los cuatro son algo especial, muy difícil de describir, parecida –salvando las distancias- a las de los perros, no importa qué tan mansos, cuando se encuentran con otros perros desconocidos.
          -Buenas noches… ¡Cuánta gente en las calles, y a esta hora!- dice uno de los nuevos, pelirrojo, de cara redonda y dientes puestos como con apuro. Ante el silencio de los primeros, los dos sujetos se encojen de hombros y, dándoles la espalda, van al centro de la calle. Doblan sus cuellos al máximo, y miran el balcón.
          -¿Está ahí, no?-pregunta el segundo recienllegado, no muy alto, y flaco, como reseco. Parece fibroso y tenso.
          -Si. Esa es la ventana. ¡Y está abierta! ¿No te lo decía yo? ¡Abierta!-
          El flaco, sin dejar de mirar hacia arriba, se muerde el labio inferior. Es difícil saber si quedó pensando en lo que el otro le dijo, o si calcula un salto imposible hasta la ventana.
          -Es a propósito. Seguro- sentencia el pelirrojo. La indiferencia de su compañero lo decide a darse vuelta y dirigirse al joven.
          -¿Vio Ud. qué descaro? ¡Descaro!. Es a propósito, seguro-
          -¿Pero de qué habla, se puede saber?-
          -De la desvergüenza de esa hembra, claro- sonríe, confianzudo, y se acerca al joven -¿No ve lo que está haciendo, no ve hasta qué punto le gusta andar enloqueciendo a los hombres del pueblo?-
          -¡¿Qué?!-
          -¡Vamos, hombre! ¡No me va a decir que es casualidad!-
          -¿Qué cosa?-
          -¡La ventana!-
          -Es verano. La noche es calurosa-
          -Si. Claro. Por supuesto. ¡Pero no, hijo, no! Otra mujer puede ser, otra mujer abriría su ventana si hace calor y la cerraría cuando hiciera frío, pero esta no. ¿La has visto en la calle, has visto como camina, como mira?-
          -Como todas. Más bonita, tal vez…-
          -¡Exacto! ¡Es más bonita, pero se porta como todas para que creamos que es tan accesible como las demás! ¿Entiendes?: cada cosa que hace es una invitación, una sugerencia-
          -Usted está loco- concluye, despectivo, el joven. Pero algo en su tono, una cierta vacilación, invita al otro a proseguir.
          -Locos estamos todos, ¿no? por eso estamos acá, a esta hora de la noche, mirando como idiotas los hierros de un balcón…oiga: no me diga que vino para esperar un eclipse…-
          -Lo que yo haga, y por qué, no es asunto suyo-
          -No, es cierto, no lo es, pero…puede que sea parecido a mi asunto, o al del Flaco. Esa hembra nos volvió locos, día a día, con su pelo de miel y sus caderas redonditas…y ahora, para colmo, estas provocaciones…-
          -¿Provocaciones? ¿Qué provocaciones: abrir una vent…?-
          -¡Pero si no es sólo la ventana! Es…bueno, es difícil de explicar para un bruto como yo, pero hay muchas cosas…su caminar, su mirar, el color, el olor…-
          -¡Iguales a los de las demás!-
          -Iguales, y diferentes. Esa diferencia es la que lo trajo a usted, y al viejo aquel, y a nosotros dos. Pero, si eso no lo convence, piense en esto: abrió la ventana, ¿no?-
          -Si-
          -Bueno: su padre, hoy, no está en casa-
          -El padre no está…-
          -¡No! Y se atreve a dejar flotando en el aire esas cortinas que parecen enaguas, cuando todo el mundo sabe que su madre salió de viaje-
          -¿Su madre salió?-
          El pelirrojo está radiante de triunfo al ver que el joven está cediendo, si no a sus acusaciones, por lo menos ante los hechos que presenta. A juzgar por el rostro del muchacho, el mismo balcón va adquiriendo cada vez más y más significado. Ya lo está contemplando boquiabierto, y, con sus manos inquietas, retuerce tanto  su gorra de terciopelo verde que le ha roto la pluma.
          -Y, además, duerme desnuda.-
          Todos voltean a mirarlo, atónitos. El flaco le ladra un “Eso es mentira”, y él reacciona con una sonrisa sarcástica.
          -¡Que es falso, te digo!-
          -Será falso…o no, ¿quién sabe?-
          -Yo. Y digo que eres un mentiroso- Se escucha la punta de la cólera en la voz del flaco, y el pelirrojo contemporiza
          -Bueno hombre, bueno: no es para tanto…-
          -¿Usted cómo lo sabe?-pregunta el joven. Su tono es extraño, ansioso, como si estuviese más atento a sus propias conclusiones que a la respuesta en sí.
          -Yo se, señor, yo se, y si Ud. me cree, con eso le tiene que bastar, y si no me cree, llámeme mentiroso como me llamó aquel...-
          El joven, indeciso, se pone de pié, va al centro del callejón y pregunta al flaco –Y usted, ¿por qué dice que su amigo miente?-
          El Flaco lo ignora unos instantes. Sin mirarlo, luego, contesta
          -Porque él la ha visto una sola vez, y a una calle de distancia. Todo lo que él le ha dicho es lo que yo le conté. Yo he vigilado la calle de ella, su casa, y su iglesia durante meses, y, sólo por lo que le he narrado de esa vigilia, este pobre idiota se volvió loco y cree haberlo visto también. Mi locura es tan grave que su reflejo contagia. Sólo con tocar mi sombra, un hombre podría llegar a enamorarse de aquella mujer.-
          -¿Usted le contó lo de dormir desnuda?-
          -No, eso no. El es un cerdo, y le gusta creerlo-
          -¿Y usted qué cree?-
          -Me importa tanto ella, que su ropa no me interesa. Para mí, siempre estará desnuda. Su ropa no existe, su casa no existe, sus padres no existen: sólo ella tiene importancia.
          Y no fastidie más, ¿quiere?-
          Volviendo a su sitio, al pasar junto al Pelirrojo, lo escucha susurrarle
          -Está loco, no haga caso. Yo sí se de qué hablo: duerme desnuda en un nido blanco de almohadones y sábanas. Y si me equivoco en algo, puede ser en lo de que duerma, porque quizá ahora, sin que la veamos, se deleita oyéndonos sufrir y dudar…-
          Finalmente, el Joven encara al Mayor
          -¿Quién cree que mienta: el colorado o el flaco?-
          -Hace calor, el aire embriaga, la casa está sola…no hay razón para dormir vestida. Pero, la verdad, no creo que ninguno de los dos sepa de lo que habla.
          Lo que importa es lo que uno sienta, porque son las fuerzas que uno saque de eso las que decidirán cómo va a actuar-
          -¿Cómo?-
          -Usted, por ejemplo, quiere creer que está desnuda. Tiene que ser así: otra cosa le robaría magia, puesta en escena a la noche. Pues bien, créalo, créaselo con ganas, y saque fuerzas de ahí para hacer lo que ha venido a hacer, si es que las necesita-
          -Usted lo complica todo. ¿No puede responder a algo directamente, sí o no y nada más?-
          -No, esta noche no. Me he vuelto primitivo. Algo me ha vuelto primitivo, y eso me ha dejado tan sabio que se me sale sin querer.
          Desnuda o vestida me ha atraído y regalado una noche extraña y dulce. Yo no he de verla, (creo que eso es obvio para todos; por lo menos lo es para mi) y siendo así, ¿qué importa si lanzó sus perfumes desde la piel, o si los recibimos filtrados por el encaje de su corpiño? Si se vistiera, no conseguiría alejarme ni un milímetro, y, si se desnudara, aún así yo no podría trepar por ese muro-
          -Yo creo...yo creo que si, que está desnuda. Desnuda y blanca, acurrucada entre puntillas, y respirando la mezcla de sus perfumes y su sudor…y si pudiera, si pudiera estar ahí…-
          -Ah, si. Si pudiera, si fuera, si me atreviera…-mastica el Colorado- Claro. Estoy seguro de que lo está esperando, ¿por qué, sino, haría todas las perrerías que hace, por qué habría de ser tan coqueta, de dejar la ventana abierta cuando está sola en la casa, si no esperase que alguien trepara el muro y la tomase? ¡Claro que lo desea!.
          Pero con estas perras nunca se sabe. Quién sabe: puede ser todo una trampa, una excusa para armar escándalo y perder al imbécil que le siga el juego…. ¿Todo para qué?: Para enardecer más a los demás. Está clarísimo: nada excita más a los hombres (Y ella lo sabe, ¡oh, si, cómo lo sabe!) que una hembra con reputación de fácil. Sabe que si me acusa de intentar violarla, se va a hablar de intentar violarla, se va a pensar en eso…y de pensar a desear hay apenas un pequeño paso.-
          -No se disculpe ante nosotros. A todos aquí nos falta audacia, y ninguno sabe como decirlo de una manera honorable.-
          -A mi no- dijo el Flaco canijo. Sin apartar la vista del balcón, se dirigió a los demás  -Puedo ir, puedo subir, puedo tomarla. Pero no puedo detenerme. Temo tomarla toda. La deseo tanto, la quiero tanto, que sé que la destruiría, la rompería. ¡La devoraría con tal de tenerla más!- Ahora si, miró a los otros. Su voz estaba astillada, y se adivinaban las insignias rojas del llanto en sus parpados –No me dejen. Átenme a morir aquí, si hace falta, pero no me dejen trepar al balcón-
          De los cuatro silencios, el del hombre mayor era el que más se notaba. Parecía incluso hasta más silencioso, por contraste, que los demás. Notó su falta, y carraspeó un poco a modo de disculpa. Su compañero menor hizo un chistido fastidiado con la lengua, se paró decidido, y fue a largos pasos hasta la pared de la casa vigilada. Pareció estudiarla, cada vez más lentamente. Al poco tiempo volvió donde los demás, caminando despacio y cabizbajo, con las manos en los bolsillos.
          -Los padres no están- dijo, no se sabe si a los demás o a si mismo.
          -Y duerme desnuda- le sugirió el pelirrojo.
          -Y duerme desnuda-
          -Allí arriba…-soñó el mayor.
          -Y allí arriba seguirá - decidió, terminante, el Flaco.
          Miraron el balcón como si fuese la salida de un foso en el cual estuviesen prisioneros.
          Pues bien: en ese momento, sorpresivamente, las enredaderas que crecían sobre el muro se sacudieron. En el silencio y la reflexión de aquel momento, el crepitar de las hojas fue todo un escándalo.
          Un golpe aplastó parte de las enredaderas. Era un brazo correoso y desnudo que, lanzado como garfio, se había afirmado en la tapia. El otro no tardó en aparecer, y luego, con esfuerzo, se asomó una cabeza peluda y despeinada. Siguió una pierna, un rodar de todo el cuerpo sobre el borde del muro, y un discreto caer entre las basuras de abajo.
          El hombre que se levantó sacudiéndose del montón de basura era moreno de sol, casi verdoso a la luz de la luna. Usaba apenas lo que quedaba de unos pantalones de lona blanca, muy anchos, y calzaba sandalias. Era flaco, y como incrustado de bolitas musculosas. Apestaba un poco.
          Ignorando a los otros cuatro, fue hasta la casa del balcón y trepó por la reja de una ventana de la planta baja.
          -¡Oiga!- dijo el más joven. Sin bajarse, el otro lo miró. No hizo ningún gesto ni respondió de ninguna manera. Esperó.
          -¿Qué hace ahí? ¡Bájese ya mismo!-
          El desarrapado, entonces, bajó y se acercó cortésmente al joven de la pluma y el terciopelo verde.
          -¿Qué piensa que está haciendo?-     
          -Trepo.-
          -¡No puede!-
          -¿Por?-
          -Eso: ¿por qué no?- intervino el mayor.
          El más joven permaneció un rato con la boca abierta, sin lograr decidir siquiera con qué consonante empezar. Como viese que el desarrapado interpretó esto como un permiso para seguir con lo suyo, el hombre mayor preguntó a su vez   -Disculpe nuestra curiosidad, pero ¿quién es Usted, y como se atreve a entrar así en casa ajena, sin dudar, y ante la vista de cuatro desconocidos?-
          -Me llaman Tutú Marambá, por darme un nombre. Entro así porque la puerta está cerrada. Me atrevo a entrar porque tengo que entrar. Yo vivo muy lejos, pero algo me despertó de noche y me hizo venir recto hasta acá. Tenía que venir: el alma y los cojones venían para acá, y yo no podía quedarme allá sin ellos.- sonríe, con los dientes grandes llenos de sol –Y la gente desconocida…bueno, no es más que eso: gente desconocida-
          Y dando media vuelta, volvió a la pared. Mientras trepaba apoyando apenas los dedos de los pies en las molduras, aferrándose casi con las uñas de las manos, los hombres de abajo lo contemplaban de muy diversas maneras.
          El más maduro sonreía, pero como lo hacía para adentro parecía estar muy serio. Pensaba en su mujer, pensaba en cómo sería su hijo de adulto, y sonreía porque concluyó que, a pesar de todo, fue una buena noche. Sólo rogaba por que su escapada permaneciese secreta.
          El menor agradecía a la noche por ocultar su rubor. La vergüenza le ardía las orejas, y algo medio gastado en su interior se rompió un poco más. Nunca supo porqué, pero pensó en su padre y en su madre, y tuvo ganas de no ser.
          El pelirrojo, muy excitado, planeaba una visita a un burdel esa misma noche. Ya.
          El flaco sentía un feo frío desde los pies hacia arriba. Supo que la muerte debe empezar por sentirse como algo parecido, pero aún así se sintió aliviado y en paz.
          El hombre melenudo llegó finalmente a una posición muy riesgosa bajo el balcón. Sin dudarlo, saltó, se aferró con sus manos y quedó colgando del borde de mampostería. Su silueta se recortó nítida contra el negro cielo luminoso; el viento inflaba sus grandes pantalones, y, como colgaba de sus manos, echando su peluda cabeza hacia atrás, parecía un gran niño implorando. Pero sólo por un instante, ya que enseguida se balanceó, calzó un pié entre los barrotes, y se izó hasta tomarse de la baranda de hierro con ambas manos. Un leve salto de gato pasó sus piernas por sobre los hierros, y lo dejó en el balcón.
          Desde abajo vieron que, con inesperada delicadeza, entraba en la habitación.
          Luego, sólo tuvieron la danza de las cortinas, y el silencio.

          -Yo creo que esto que nos reunió esta noche debe haber tironeado del vientre de muchos hombres en esta ciudad- dijo, sorpresivamente, el hombre mayor –y que, si no fuimos más, fue porque los otros no pudieron o no se atrevieron a creer en su impulso. Pero bueno: si todo queda así, todos pudimos haber sido Tutú Marambá, y ninguno es responsable de haber dejado de serlo.
          Callemos, guardémonos cada uno lo bueno y lo malo de esta noche, y regalémosles a los hombres de este pueblo una ilusión secreta o, si quieren, ahorrémosles una vergüenza…-
          -¿Qué vergüenza?-dijo, molesto, el pelirrojo.
          -¿Cuál? La suya, la mía, la de todos, claro. ¿Cómo: no se dio cuenta? ¡Hombre, nos robaron la novia a todos!
¡Tutú Marambá le robó la novia a la ciudad!-
          Caminaron sin hablarse hasta la salida del callejón. Pensativos, cada uno tomó por su lado.
          No se despidieron.

                                                                                                         30/6/85





 No se rompan el coco: el dibujo no tiene nada que ver con el cuento. Nunca tienen nada que ver: nunca ilustré dibujos, ni dibujé cuentos. Parecería que el tipo que escribe, en mi cabeza, no se dirige la palabra con el que dibuja...o que ambas actividades son como destornilladores y martillos en una caja de herramientas, y uno elige con qué va a trabajar según qué pretenda conseguir.
Pero SIEMPRE  conseguí estar de este lado del neuropsiquiátrico...          

lunes, 23 de abril de 2012

De vuelta a las andadas

Soy el primero en reconocer que no atiendo este blog como corresponde, pero debo decir en mi defensa que nunca me comprometí a ningún tipo de periodicidad. El plan era subir las cosas que estimase valía la pena preservar, compartirlas más o menos abiertamente con cualquiera, y punto. Ninguna obligación, ningúna tarjeta marcada, ningún horario.
Además, uno tiene una vida, también, y montones de cosas interesantes que hacer.
Pero bueno: se juntaron un par de tirones de orejas de gentes que -vaya uno a saber por qué- gustan de seguir esta página, y el hecho de que una vieja amiga (no importa cuán amable sea mi intención al usarla, siempre me parece que esta expresión no va a ser bien recibida jamás por las damas) encontró entre sus cosas algunos dibujos míos y tuvo la gentileza de enviármelos.
Vuelvo entonces a llenar esta pantalla vacía con algunos de ellos, y alguno que otro cuento que pudiese haber encontrado huérfano en un manuscrito mío.


El primer dibujo se llamó "Cualquier cosa menos la piedad". Es fácil. La imágen recuerda a la famosa estatua de Miguel Angel (hay otras varias menos famosas, pero todas tienen más o menos la misma actitud), y el título tiene orígen en que no siempre me sonó trágica la forma en que esta escena es representada en el arte. Si se olvidan las heridas de Cristo (bastante disimuladas en las esculturas), y se presta atención a la escasa diferencia de edad de la pareja, no es difícil extrapolar la posición trágica a una situación romántica.
Mi dibujo tiende más a la picardía que al tormento, y remite a aquella convicción mía de que la piedad (la lástima de Stephan Zweig) es el último microbio que se debería permitir entrar en una relación.
No sé cuando fué hecho, pero sin duda es de aquella época en la que yo consideraba que, si una idea se podía expresar bien con una línea, toda la demás pintura y pinceladas eran apenas un relleno redundante.


Como castigo por insistir en abrir esta dirección web, o como premio a la constancia, aquí va, además, otro de los cuentos que andan encerrados en mi disco duro



TODO, EN UN PARPADEO



            Gozzi se iba a morir.
            Él lo sabía, los médicos lo sabían, su familia lo sabía, las monjas y enfermeras del hospital lo sabían. Su perro, en el fondo del patio, allá en Villa Domínico, lo sabía. Nadie tenía dudas. Nadie tenía esperanzas. Gozzi tampoco.
            Acolchado entre analgésicos, estúpido por los sedantes, adormilado por hipnagogos, tenía, así y todo, ratos de lucidez. Durante esos escasos minutos despierto y conciente, Gozzi comprendía que se moría, sin prisa pero sin pausa, y que nada, ni nadie, podía hacer ya nada más al respecto.
            Se lo tomaba con calma, sin misticismo ni histeria. Se había hecho a la idea desde hacía tiempo. Mientras pudiese seguir así, mientras no doliera, era simplemente cuestión de esperar, aburrido, el fin del partido: el resultado estaba cantado desde hacía rato, y él ya se sentía relevado de la responsabilidad de seguir peleando.

            Una tarde, después de la cena, apareció un médico con dos asistentes. A la mujer de Gozzi no le gustó. Dónde se habrá visto médico sin guardapolvos, y ni hablar de los ayudantes, par de barbudos peludos, con más pinta de hippies drogadictos que de practicantes...
            Al médico pareció no importarle que la señora lo desaprobase, y, cortés pero firmemente, la sacó al pasillo para poder hablar un rato con el moribundo. Al cerrarse la puerta se dejaron de escuchar los rezongos de la mujer y los susurros conciliatorios de las enfermeras. La habitación quedó en un repentino silencio.
            El médico arrimó una silla a la cama, con el respaldo apoyado contra ella, se sentó a horcajadas, apoyó los brazos en el respaldo y la barbuda barbilla en los brazos. Miró un rato a Gozzi, como estudiándolo. Gozzi lo estudió a él a su vez, íntimamente agradecido por el alivio momentáneo de la presencia constante y abrumadora de su esposa.
            "-¿Está conciente, Gozzi? -"
            "-Bastante, doctor -"
            "-Bueno. Usted no me conoce. Permítame presentarme: me llamo...carájo, no importa como me llamo. ¿A usted le importa? -"
            "-Y...no se ofenda, ¿vió? pero, la verdad, a esta altura... -"
            "-Si siente que lo molestamos, o prefiere que nos vayamos... -"
            "-¡No, para nada! Démosle un recreo a la patrona... -"
            "-Bien. Como usted sabrá, le quedan muy pocas probabilidades de mejorar... -"
            "-No. No me queda ninguna. Me estoy muriendo. No pierda tiempo en delicadezas-"
            "-Bueno, mejor entonces. Verá, vengo a hablarle de eso. Vengo a proponerle algo-"
            "-Mire: si es otra cura u otra terapia, ya le estoy diciendo que no. Ya estoy cansado. Morir, sólo se puede morir una  vez, pero desilusionarse, te pueden desilusionar mil veces. Y duele, che. Y ni hablar de los tajos y los pinchazos. No. Basta de terapias nuevas-"
            "-Totalmente de acuerdo. Lo suyo no tiene cura, ni yo vengo a pretender lo contrario. Es más: mi especialidad no tiene nada que ver con su enfermedad. Soy (somos, con mis dos colegas aquí presentes) neurólogos y psicólogos. Pero no curamos ni siquiera eso. Somos investigadores, no terapeutas-"
            "-Pero mire qué bien... -"
            "-...y nos dedicamos a estudiar la percepción temporal. Bueno, no todos. Uno investiga la percepción temporal, otro las sinapsis, y otro los fundamentos neurológicos de la memoria...cosas que a usted, supongo, tampoco le importan un pito-"
            "-y...no se ofenda, ¿vió?, pero-"
            "-De ninguna manera, lo comprendo perfectamente. Pero vea, Gozzi, si usted me permitiera unos minutos de su tiempo –aunque yo sé lo valioso que es a esta altura- y me dejara explicarle... -"
            "-Metalé, nomás. Total, para lo que puedo hacer... -"
            El médico (el investigador, digamos) suspiró hacia el cielorraso. Le importaba ser claro y convincente, pero debía ser también  breve, para no fatigar ni dormir a Gozzi. Tardó unos instantes en armar la explicación que tenía preparada, y otros más en resumirla.
            "-Un hombre vive hasta los noventa años en una granja, sin problemas, repitiendo todos los días el mismo trabajo, viviendo con la misma mujer y sin viajar jamás a ningún lado. No lee ni mira películas.
            Otro hombre muere a los veintitrés, pero viajó por todo el mundo, estudió diversas culturas, tuvo amantes, pasó peligros, vivió aventuras, descubrió placeres insospechados y conoció angustias extremas.
            ¿Cuál de los dos vivió más? -"
            Gozzi, con un gesto, pareció reconocer que era una pregunta peliaguda. El investigador prosiguió.
            "-Una tortuga, una ballena, viven muchísimos años. Una ostra, quizás, también. Sus movimientos y reacciones son lentos.
            Una mosca vive apenas un año, pero sus movimientos, sus acciones, son rapidísimos. ¿Cuál vive más? -"
            Gozzi no parecía tener opinión formada al respecto. El investigador no se amilanó por la escasa respuesta de su público, y prosiguió con su conferencia.
            "-La Vida, la Existencia, ¿Cómo se mide? ¿Se puede medir apenas con un reloj y un almanaque? Una hora esperando a nuestra amante, y otra hora en la cama con ella, ¿no es mucho más larga una que otra?
            Todos sabemos que las horas felices se hacen cortas, y las de agonía largas, aunque todas tengan los mismos exactos sesenta minutos. Y a todos, ocho horas despiertos se nos hacen siempre más largas que diez durmiendo, diga lo que diga el reloj.
            El Tiempo, señor Gozzi, es algo que quizá exista y que quizá no. Ese es un problema de los físicos, no nuestro. Lo que nos interesa a nosotros es que existe en la medida en que lo percibimos. Sea lo que sea el tiempo, lo que al ser humano le importa y le afecta es cómo lo siente.
            Es probable que el hombre de veintitrés sienta que ha vivido más que el de noventa. Es probable, también, que si pudiésemos meternos dentro de las cabezas de una mosca y de una tortuga moribundas, ambas sintieran que transcurrió una vida completa. Ambas sentirían haber vivido la misma cantidad de tiempo-"
            "-Capaz, si... -"
            "-A mi me gusta ilustrarlo con lo de la cámara de fotos. Nuestras mentes funcionan sacando fotos constantemente, una por segundo, digamos, clic, clic, clic. El hombre de noventa sacó muchas más fotos que el de veintitrés, pero su álbum tiene miles de fotos repetidas. Su memoria, al hojear el álbum, pasa todas las fotos repetidas sin mirarlas, o directamente las tira (¿para qué iba a guardar tantas copias, ocupando espacio y aburriendo a todos?) El álbum del otro, por su parte, está lleno de fotos interesantes. Su memoria no puede tirar ninguna, porque son todas únicas. Termina por ser un álbum de fotos más grueso, más completo que el del que solo sacó una foto y tiró mil copias.
            El tiempo no es el tiempo, Gozzi. Es la sensación del tiempo -"
            "-¿Y la mosca y la tortuga? -"
            "-Aha. Ahí tiene. Acá la diferencia no es la variedad de las imágenes, sino la velocidad a que se recogen. La mosca fotografía más rápido. Saca diez fotos por segundo, veinte, cien. La tortuga, una por día. Cuando mueren, mueren con la misma cantidad de fotos en el álbum, aunque hayan vivido diferentes cantidades de años-"
            "-Es muy interesante, eso que dice. Mucho más interesante, por lo menos, que el lagrimeo de mi mujer. Pero sigo sin entender qué tengo yo que ver con-"
            "-Suponga que tuviésemos la forma de sacar las fotos más rápido. Suponga que pudiésemos hacer como la mosca, y experimentar en un año lo que, de otra forma, nos llevaría años y años.
            Entiéndame: no hablo de vivir más tiempo, sino de hacer que ese mismo tiempo se sienta más largo-"
            "-¿Cómo? -"
            "-Ya voy a llegar al cómo, espere un poco. ¿Me va entendiendo, hasta ahora? En un mismo tiempo-reloj, más experiencias –más fotos- se sentirían como más tiempo vivido. ¿Vamos bien? -"
            "-Ahá-"
            "-Bueno: -"
            La puerta saltó hacia adentro, rebotó contra la pared, y amagó volver a cerrarse. Sonó como un tiro en el silencio nocturno del sanatorio. Sus ecos aún no habían muerto cuando volvió a abrirse con furia y por ella apareció la señora de Gozzi, chillando y arrastrando tras de sí a las enfermeras que habían pretendido detenerla del saquito.
            Los insultos y amenazas que profirió no son para ser registrados –y mucho menos ser gritados en la habitación de un enfermo terminal-; baste decir que sólo al rato, y medio amordazada por el abrazo de una monja, bajó la voz y cambió del grito al siseo iracundo. No cambió de furia, sin embargo, así que el airado susurro con que puteaba al investigador resultaba tanto o más irritante que la escena del portazo.
            Gozzi, cansado, y conociéndola de sobra, no hizo ningún intento por aplacarla. Tenía intuitivamente cronometrados los tiempos de su esposa, y sabía que si la dejaban correr sin hacerle frente, se desfogaba en cinco o siete minutos. No eran siete minutos fáciles, de ninguna manera, pero Gozzi, que había aprendido y practicado durante años la técnica de la ausencia presente, era ya un viejo piloto capeando este tipo de temporales.
            Cuando percibió las señales que indicaban que a la señora se le iba acabando el combustible, exagerando su debilidad le dijo
            "-Matilde.
Matilde.
¡Pero Matilde, caramba! ¿Se puede saber qué carájo te pasa, ché? -"
            Tras un breve tartamudeo indignado, Matilde aspiró aire como para de veras explicarle a Gozzi –y al Mundo- lo que le pasaba, pero éste, en un tono que daba a entender muy claramente que su pregunta había sido meramente retórica y que, en realidad, no le interesaba en absoluto lo que le pasara a Matilde, le pidió un poco de paz y tranquilidad para conversar con el doctor. Cuando Matilde amagó replicar, le ganó de mano y la retó (débilmente) por la falta de respeto hacia los demás enfermos.
            Matilde se calló la boca, pero de ninguna manera reconoció haber sido silenciada. Tensa, furiosa, electrizada, tomó una silla, la dejó con firmeza del lado opuesto de la cama, miró al investigador con una declaración de guerra en cada pupila, estableció tácitamente que se quedaba ahí, y que fuese lo que fuese que se hablase de allí en más, se lo iba a tener que hablar delante de ella. Se sentó de un golpe en su silla, y se quedó durita y atenta.
            Gozzi, que sabía cuándo pelear y cuándo retirarse a tiempo, se encogió de hombros e invitó al doctor a que continuase.  
            "-Ejem-" arrancó, empantanado en su incomodidad, el investigador              "-volviendo a lo que hablábamos...parecería que el tiempo se siente más grande cuando hay más instantes de conciencia (o fotos, como decíamos recién), tanto en la mente como en la memoria. Y esto, vimos, se puede lograr de dos maneras distintas: o hacemos una vida muy interesante, o aceleramos los procesos mentales.
            Las dos cosas son sumamente difíciles de conseguir. Nosotros, sin embargo, nos encontramos por casualidad con un proceso que, dando la vuelta por el otro lado, llega al mismo resultado-"  Miró nervioso a Matilde. No le gustaba que estuviese atenta y con ojos de basilisco, no importaba cuán calladita o cuán respetuosa se mostrase: la hostilidad de la señora llenaba la habitación como una flatulencia silenciosa, huérfana y rancia. Era solo cuestión de tiempo o de oportunidad para que tanta estática se descargase sobre él en un violento chispazo  "-para explicárselo, si le interesa, va a tener que soportar otra explicación rebuscada...pero, no sé: si está muy cansado... -"
            "-¡No, para nada! ¡Métale nomás! -"
            "-Bien. Dígame, Gozzi ¿alguna vez supo como funcionan la memoria o la conciencia? -"
            "-No... -"
            "-Quédese tranquilo: nadie sabe. Hay teorías, pero ninguna está aceptada como la definitiva, ninguna se ha podido demostrar más allá de toda duda. En el fondo, cada uno de nosotros elige la que más simpática le resulta.
            La que usamos nosotros para trabajar se basa en que todo lo que pasa en la mente (recuerdos, ideas abstractas, la sensación de que hay que ir al baño, el Yo) son secuencias de neuronas activadas.
            ¿Ubica las neuronas, las células del cerebro? Son muy sencillas. Se tocan entre ellas, y, cuando una recibe un impulso nervioso, lo pasa a alguna de las que toca. No se mueven, no, pero se comportan como una carrera de postas, o como si jugasen a la mancha. El impulso viaja de una a otra, pasa por unas si, por otras no, y, eventualmente, desaparece.
            Cuando el cerebro es nuevo, es como un enorme patio donde hubieran puesto paradas cientos de miles de fichas de dominó, al azar. No están en filas, ni tienen ningún orden en particular. Van de pared a pared, del frente al fondo y de un costado al otro, algunas muy cercanas, otras un poco más separadas, y todas a punto de caerse.
            Cuando se recibe un impulso sensorial (los ojos, por ejemplo, envían la imagen de mamá), llega al cerebro y voltea algunas fichas. El olor y el tacto de mamá va a entrar también, pero por otro sentido, y volteará fichas diferentes. La voz de mamá empuja otras.
            Cada ficha que cayó va a tirar a otra, y esta a otra, y a otra, en una fila irregular que sólo va a dejar de crecer cuando llegue al borde del patio. Cuando esto sucede, cuando la cadena de fichas caídas cesa, en el patio va a quedar una combinación de caminos única. Visto desde arriba, el patio va a parecer un jardín de fichas de pié sobre el cual algo se arrastró y dejó un dibujo particular. Ese dibujo, ese camino que eligieron las fichas para caer es, para el dueño del cerebro, “mamá”. Las fichas vuelven a levantarse solas, pero cada vez que entre por los ojos la imagen “mamá”, como el camino que hagan va a ser el mismo de la primera vez (porque el impulso que lo genera es el mismo), el dueño del cerebro va a reconocer el camino como “imagen de mamá” e, incluso, como conoce el resto del camino (la parte que hicieron el sonido o el olfato), puede asociar, saber, cómo eran el olor y la voz de mamá.
            Por cada idea o recuerdo hay un camino, un dibujo, entre las neuronas. Un símbolo. Ya sé que parece demasiado simple para explicar la mente humana, pero hay que recordar que hablamos de muchísimas neuronas, y de infinitas combinaciones. Muchas veces, lo complejo no es más que la multiplicación exagerada de lo simple.
            Ahora bien: vemos, digamos,  los colores de Boca. Los ojos disparan la combinación de colores al cerebro, estos hacen su camino entre las neuronas, y el dibujo que hacen significa, para cada uno de nosotros, cosas diferentes (dependiendo de a qué lo relacionamos en nuestra vida) Y después, ¿Qué?
            Cuando la chispa deja de saltar de una neurona a la otra, cuando deja de generar caminos que tengan relación con lo que crearon los ojos (porque nosotros también creamos caminos cuando pensamos, o recordamos, o asociamos algo con eso que nos mandaron los ojos), entonces ¿qué pasa?
            Obviamente, el esquema debe borrarse. Las neuronas se apagan, o titilan en otro esquema diferente. No podríamos funcionar de otra manera. Las neuronas, como las lamparitas de un cartel luminoso, o los puntos de fósforo del tubo de un televisor, para poder crear distintas imágenes deben tener la posibilidad de apagarse y deshacer la imagen anterior. Es medio difícil de explicar... -"
            "-No, no, va bien, siga -"
            Entusiasmado, el investigador se enderezó en su silla
            "-Si pudiéramos acelerar la sinapsis, si pudiéramos hacer que las fichas de dominó se cayesen y volviesen a levantar más rápido, parecería que ocurren más cosas en el mismo tiempo, o que el tiempo se alarga, ¿no? Y si lo aceleramos más, si lo llevamos al límite, podríamos estar concientes y pensando horas en lo que para los demás sería apenas un segundo.
            La conclusión extrema de este razonamiento es que, si el tiempo de caída de las fichas de dominó fuese cero, si no demoraran nada en caer ni en levantarse, el tiempo que sentiríamos sería eterno, aunque para los que nos rodean pareciese apenas un parpadeo
            Si pudiésemos hacer eso, Gozzi, el último instante de la vida de un hombre sería, para él, eterno-"
            Calló, mirando intensamente a los ojos de Gozzi.
            Gozzi lo rumió todo unos instantes.
            "-Y ustedes creen que pueden-" afirmó.
            "-Ahá-"
            "-Y para eso me anda buscando. De chanchito de la india-"
            "-Ahá-"
            Gozzi lo volvió a rumiar.
            Matilde no lo aguantó más.
            "-¡Pero usted qué se cree, grandísimo hijo de puta! ¡Cómo se atreve a venir a la habitación de un hombre enfermo a aprovecharse de su desesperación, de su miseria, para usarlo de animal de laboratorio! ¿No tiene decencia, no tiene respeto? ¡Lo voy a hacer echar por la policía, lo voy a hacer meter preso!
 ¡Claro! ¡Por eso me entretenían en el pasillo: querían aprovechar que mi marido anda boleado con los remedios para sacarle vaya uno a saber qué cosa! ¡Pero no señor, no! ¡Ya mismo-"
"-Matilde, carájo, pará de una vez, ché, o te hago sacar a vos también-"
"-¡¿A mi?! ¿Ves que no estás bien, ves que no sabés lo que decís? Mejor voy y te-"
"-¡¡Enfermera!! -" bramó Gozzi, aunque no hacía falta, porque las dos enfermeras del piso ya estaban en la puerta, y con cara de haber soportado ya demasiado
"-¡Está bien, está bien! -"  bajó sus plumas Matilde "-está bien. Me callo. Pero ojo con lo que hacés... -"
Gozzi volvió los ojos, fastidiado, hacia el investigador.
"-Mire, ya es tarde. Estoy cansado, y, la verdad, así -" echó un vistazo rápido y disimulado a Matilde "-así no se puede. Déjeme pensarlo, y mañana hablamos otra vez-"
"-Entiendo, señor Gozzi, pero...bueno, mañana...dése cuenta de que... -"
"-No creo que vaya a morirme esta noche, quédese tranquilo (“¡Animal!” farfulló Matilde) pero, si así fuese, la charla perdida con usted sería el menor de mis problemas. Venga mañana, un poco más temprano, y, si todavía funciono, le doy una respuesta.
Fíjese que cosa: esta noche somos dos los que vamos a correr del riesgo de que yo me muera-"
"-¡¿Respuesta de qué, me querés decir?! -" siseó Matilde "-¡Ninguna respuesta! ¡Cuando le cuente al padre, va a ver cómo lo echan de acá de una patada en el culo! -"
"-¿Al padre? ¿Al padre de Gozzi? -"
"-No, al padre cura. Mi esposa tiene miedo de que a último momento me cancelen la visa al cielo si hago algo que el cura no apruebe.
A propósito: ese es uno de los temas que quiero consultarle mañana-"
Como Gozzi parecía ir durmiéndose rápidamente, el investigador se despidió y salió al pasillo con toda la velocidad que el estrecho espacio entre Matilde y la pared le permitió.
Se sorprendió de cuánto pudo hacerlo transpirar la incomodidad, y se recetó reponer líquidos inmediatamente en el bar de la esquina. Llevó allí también a sus dos asistentes, que habían preferido esperar en el pasillo para no abrumar a Gozzi, y los puso al tanto del paciente, del padre cura, y de la arpía de Matilde.
La última noche de Gozzi se malgastó en un sueño químico, sin sueños.


En el bar, Orozco (que así se llamaba el investigador: Orozco) se dejó caer en la silla del fondo de la última mesa de la esquina más alejada.
Peres, psicólogo, se sentó en la de la pared. Tagliaferro, bioquímico, lo hizo a su vez dándole la espalda a los baños.
"-¿Qué tal te fue? -" punteó Tagliaferro.
"-No me echaron a la mierda... -"
"-¡Ah, pero fue un éxito, entonces! No pensabas lograr tanto... -"
"-...pero faltó poco. La energúmena de la gorda esa se metió justo cuando más interesado estaba el tipo, y gritó, armó despelote, rompió el clima...una cagada, che-"
"-¿Y lo arruinó? -"
"-No, no. Gozzi no rechazó nada de lo que le dije; incluso quedamos en seguir conversando mañana.
Pero no sé...me pareció que, si no se hubiese metido la esposa, el tipo aflojaba ahí nomás. No sé.
No importa, ya está-"
"-Claro, no te preocupes. Mañana podés seguir probando-"
"-Seguro. Si me tienen la gorda afuera, se entiende-"
Peres, que se había quedado callado hasta entonces, intervino
"-¿De qué manera te cortó la charla? ¿Por qué no quiso seguir hablando con vos: tenía una razón, una excusa? ¿Parecía con miedo, con desconfianza? -"
Orozco lo pensó un rato.
"-No, no creo que tuviera miedo. Dijo que estaba cansado –y puede ser, pobre tipo-, pero más bien parecía el tipo de persona que no se decide a comprar algo hasta no estar bien seguro de qué es lo que compra y qué dice la letra chica del contrato. Además, era imposible seguir hablando con la gorda esa jodiendo en la habitación.
Ninguno de los dos podía pensar bien.
Va a ser difícil, te digo. Está interesado en lo que le dije, pero de puro aburrido, a un nivel de...apenas.... -"
"-¿Curiosidad? -"
"-Si, curiosidad. No aparecemos como un salvavidas o un milagro de último momento, sino más bien como un entretenimiento. Gente con la cual charlar y pasar el rato. En cuanto lo molestemos, o no le guste algo de que le ofrecemos, nos echa-"
"-¡Y bueno! ¡Decíle cosas que le gusten! -" se metió Tagliaferro.
"-No puedo. No es ningún bolúdo. Tratarlo como a un estúpido sería la primera de las cosas que podríamos hacer para enojarlo y que nos eche-"
"-¿Y las otras? -" preguntó Peres
Orozco se repantigó en la silla, con cara de fastidio.
"-Lo  último  que hubiésemos esperado, y lo único que no tuvimos en cuenta-"
Los otros esperaban. Orozco parecía demasiado contrariado como para apurarlo.
"-Parece que el tipo es creyente. O, por lo menos, parece que le interesa el asunto-"
"-A esa altura, les preocupa a todos-" dijo Peres
"-Si, supongo que si. Y no parece ser un fanático. Pero, de todas formas, fue el único principio de objeción que me presentó, y es el único que no sé cómo discutir-"
"-¿Por? -"
"-Soy científico, soy agnóstico, y, lo que es peor, todo lo sobrenatural me chupa un huevo. Hace años que no leo, charlo, ni me entero de nada del tema. No sé absolutamente nada de eso. No puedo convencerlo de nada-"
"-¿convencerlo de qué? -"
"-¡Ahí tenés! ¡¿Ves?! ¡Ni siquiera me puedo imaginar qué tiene que ver la religión con lo que nosotros queremos hacer, o qué puede encontrar en nuestra propuesta que vaya en contra de sus principios! -"
"-Ni siquiera conocés sus principios-" intervino Tagliaferro "-¿Qué es: cristiano, católico, evangelista, budista, judío, musulmán...? -"
Por la cara de Orozco, esas irritantes diferencias no significaban nada para él.
"-Bueno, es un apellido italiano-" opinó Peres "-podemos asumir que fue criado como católico. Y frente a la muerte no van a tener importancia los cambios de creencia que haya hecho a lo largo de su vida: cuando lo angustie lo desconocido del más allá, se va a remitir al mito católico. Lo que se creyó de chico, se creyó más profundamente que cualquier otra racionalización posterior, y siempre tiene un aspecto intuitivo de verdad superior al de los demás.
¿No hablaste de un cura, además?-"
"-Católico, entonces-" Orozco "-¿Y qué mierda tiene que ver eso con las sinapsis? -"
Lo pensaron un poco, bajando cerveza. Engulleron algunos maníes sin alegría, como si se estuviesen medicando.
"-Tratemos de ponernos en su lugar-" empezó Peres, más para sí mismo que para los demás "-El tipo sabe que se muere, y que va a ser en cualquier momento. Está tranquilo, o sea que, de alguna forma, ha aceptado la idea.
La forma más cómoda y sencilla de aceptar la propia muerte es haber conseguido la certeza de poder eludirla, y-"
"-Nadie elude la muerte-" murmuró Orozco.
"-No, de hecho no, y nadie piensa en eso. Pero, si existe un Más Allá, si uno puede continuar como uno mismo y recibir una justa retribución, entonces la muerte no es La Muerte, sino apenas un cambio de estado, una agradable metamorfosis-"
"-Pero no hay un Más Allá, y mucho menos una justa retribución-"
"-No sabemos. No importa, tampoco: lo importante es creer que exista para poder morirse tranquilo-"
"-Eso es engañarse a sí mismo. Es una estupidez-"
"-Orozco: cada puto segundo de tu vida que lo pasás tranquilo porque estás seguro de que no te vas a morir al segundo siguiente, te estás engañando. La verdad es que te podés morir en cualquier momento, y que nadie, pero lo que se dice nadie, puede vivir si cree de veras en ello. Te vivís engañando constantemente, apoyándote para vivir en una fe inconsciente en tu inmortalidad, que al final es tanto o más estúpida que el paraíso o el hades. Las drogas que le esconden el dolor a Gozzi son un engaño, también, porque lo real es el dolor, pero a nadie le importa mientras lo ayuden a vivir, o, por lo menos, a morir tranquilo.
Los mitos del Más Allá son igual de útiles e igual de honestos que tu inconsciente creencia en tu inmortalidad, y no nos ayuda en nada el empezar a abrir juicios de valor en este momento-"
"-Tenés razón, perdoná. Es que todo esto me saca de mis casillas... -"
"-Está bien. Ahora, pensemos. El hombre, entonces, se recuesta en ciertas certidumbres para morir tranquilo. Aparecés vos y le proponés...
¿Qué le propusiste, exactamente? ¿Aquello que hablamos de “hacer eterno el último segundo”? -"
"-Ahá-"
"-Lo enfrentaste, entonces, con la necesidad de congeniar los dos esquemas –a cual de los dos más loco-
¿Cómo los empalma? -"
"-Fácil-" dijo Tagliaferro, un tanto sobrador "-La cosa es así: si se muere, y fue bueno, va al cielo. Si fue malo, se jode en el infierno. No va a saber el resultado hasta no morirse: nadie la tiene segura.
Si lo nuestro funciona, en cambio, va a vivir eternamente en ese último segundo, y no se va a ir ni al cielo ni al infierno. Nunca. Jamás-"
"-No, un momento. El sabe que no es así. Aunque le parezca que no, aunque el tiempo vaya a parecerle infinito, no lo es realmente. El segundo va a pasar, él se va a morir, y después va a ir a donde corresponda-"
Orozco, desde el fondo, miraba por la ventana y hacía ruidos de fastidio. Tagliaferro, el único católico del grupo, presentó un nuevo enfoque de la cosa.
"-Hay otro problema. Puede quedar fuera del sacramento de la extremaunción. No va a poder recibirla cuando corresponda-"
"-¿Por? El cura lo confiesa, y después entramos nosotros-"
"-No es tan fácil. La extremaunción, la última confesión, te lava de todos los pecados. Te deja limpio, perfecto para ir al Cielo. Es el Santo Viático.
Si después de recibirla, mientras seguís vivo, cometés otro pecado, la “limpieza” se desvirtúa. Si cometés varios pecados después del Viático, te los llevás puestos.
Normalmente, eso no pasa. Si el cura llegó a consumar el rito, es porque estás por palmarla seguro, pero si un tipo recibiera los óleos, por ejemplo, sobreviviera, pecara y muriese, moriría igual que si nunca hubiese recibido nada-"
Del lado de Orozco llegó una exclamación sorda, de la cuál sólo pudo saberse que terminaba en “udez”. Peres lo ignoró, y se dirigió a Tagliaferro
"-Pero ¿cómo podría un hombre pecar si estuviese experimentando ese último segundo extendido? No tiene control de su cuerpo, no puede lastimar ni matar, no puede robar ni mentir ni tener sexo... -"
"-¡Puf! ¡De un montón de formas! A la hora de decidir qué es pecado y qué no, la Iglesia es muy quisquillosa. No sólo están los pecados de la carne, viejo. Están la intención, la blasfemia, el orgullo, la omisión...un pobre tipo con parálisis total podría ser un negrísimo pecador. Para la herejía, por ejemplo, no hace falta más que un cerebro que dude y un poco de sentido común...y ni hablar de la apostasía-"
"-Ah-"
"-Bueno, bueno-" volvió Orozco "-lo importante, acá, es qué le respondo si me sale con eso. ¿Cómo le contesto, cómo le cierro la boca al cura? -"
"-No. Lo importante, acá, es que no habíamos pensado en eso-"
"-Por eso: necesito algún verso, alguna chicana que corte el asunto de raíz-"
"-No. Necesitamos ponernos de acuerdo sobre qué creemos nosotros de todo esto, primero-"
"-¡No, no, por favor no! ¡No me vengas ahora con que un psicólogo judío tiene objeciones morales católicas! -"
"-No, lo que te estoy diciendo, y no como psicólogo ni como judío, sino como hombre, es que creo que tenemos un nuevo aspecto humano del asunto que considerar antes de hacer nada-"
"-¿De qué aspecto me hablás, si acabás de decirnos que, para vos, son todas mentiras de consuelo para morirse tranquilo? -"
"-Mentira y Verdad son conceptos que tienen sentido cuando existe la posibilidad de verificarlos-" entró Tagliaferro, un poco cohibido "-Yo entiendo lo que él quiere decir. Acá no hay mentira ni verdad. Acá lo que importa es lo que Gozzi cree, y, en su marco de referencia, podemos estar  condenándolo al infierno-"
"-¡Pero si NO HAY infierno! -"
"-Gozzi cree que si. Si nuestro experimento funciona, vamos a hacerlo vivir una eternidad en un mundo donde no va a pasar jamás nada, donde todo lo físico va a estar quieto y congelado para siempre, donde sólo van a haber ideas. En un mundo donde la única realidad son tus ideas, lo que vos creas que es la Verdad va a ser terriblemente importante-"
Todos callaron un rato, rumiando estas ideas. Llevaban meses dedicados a luchar con ideas químicas, histológicas, médicas y psicológicas: sus cerebros había olvidado cómo digerir la metafísica, y todo el proceso les resultaba lento y trabajoso.
La idea de la Eternidad (que hasta ese momento había aparecido como un incuestionable objetivo en sí mismo) aparecía de pronto como algo a llenar, como algo que podía no ser tan deseable, como un territorio no explorado y lleno de incógnitas y misterios. Habían partido de la base de que todos queremos vivir mucho –cuanto más, mejor-, cuando la realidad era que lo que queremos es vivir bien. El sólo vivir mucho, sin más garantías, demostraba repentinamente ser un producto difícil de vender –incluso a un moribundo-
Orozco hizo un esfuerzo por congeniar
"-Bueno, a ver: ¿qué es lo que tenemos que analizar? ¿Qué es lo que tenemos que estudiar, en qué es que nos tenemos que poner de acuerdo? -"
Peres se demoró un rato
"-Pongamos todo en la balanza. Pongamos lo bueno que podemos hacer en un plato, y el daño que podríamos causar en el otro.
Hasta ahora, simplemente nos rompimos la cabeza inventando la forma de conseguir algo. Empezó como una idea original, siguió como una construcción teórica, y terminamos buscando los medios de confirmarlo por medios prácticos. En el entusiasmo, y como buenos teóricos, fuimos tan brutos que nunca nos pusimos a pensar para qué queríamos conseguirlo, ni si estaba bien o mal el hacerlo.
Sopesemos las cosas. Si mañana nos toca arrepentirnos, que sea por haber actuado de buena fe, y no por haber sido inconscientes e irresponsables-"
"-¿Y después nos dejamos de joder y podemos seguir con el trabajo? -"
"-Dále Orozco, dejáte de joder. Nunca está de más revisar las cosas, especialmente cuanto te vas a hacer responsable por un tercero-"
"-Está bien. La balanza. El plato de lo positivo: yo cargo el plato de lo positivo-" Se inclinó hacia adelante, los puños cerrados y las muñecas apoyadas en el borde de la mesa "-La historia del ser humano es la historia de todo lo que ha hecho su cerebro por perdurar en el tiempo. Es lo que nos diferencia de los animales. Los animales no saben que el tiempo existe; viven en un eterno presente, sin temer el mañana o el fin de sus vidas. El ser humano, por el contrario, siempre fue conciente del tiempo, y siempre supo que el suyo no era infinito. Conoce el pasado propio y el de su especie, y de ese conocimiento extrae el de que existe el futuro, de que existen amenazas o promesas en el futuro, y de que su muerte, en dicho futuro, es inevitable. Todo lo que evolucionó, todo lo que inventó, todas las barbaridades que hizo, tuvieron por último objeto el durar más.
Nuestro experimento puede ser la solución definitiva. Si Gozzi tolera la droga, si sale vivo de ese segundo y nos puede confirmar que experimentó lo que esperamos, podemos empezar a jugar con la dosis. Tres dias de estudio en una hora, una maniobra de piloto de avión de un segundo estirada a quince tranquilos minutos, un baño de inmersión tibio de todo un día en un solo remojón...mierda: hasta podríamos hacer que un orgasmo durase dos días, no se...no entiendo qué objeción se le puede poner a un descubrimiento que puede permitirle a cualquiera estirar cuanto quiera su tiempo-"
Los otros dudaban de cómo empezar. Peres, incómodo, tosió un poco.
"-Nadie dice que la idea no sea buena. No habríamos empezado a estudiarla si pensáramos que era algo inútil o indeseable.
El problema es que no podemos graduar la dosis, como vos decís. A esta altura, lo que podemos conseguir es que todas las neuronas se activen simultáneamente durante un segundo, y, aunque no tenemos forma de imaginar a qué se va a parecer el experimentar eso, lo más probable es que se vaya a sentir como eterno. No podemos ni imaginar cómo restringir ese efecto a tus tres dias de estudio en una hora, o un segundo en quince minutos. Es todo o nada. Por eso nos pareció lo más lógico intentarlo en un enfermo terminal, porque era la única persona que podría aceptar desconectarse de este mundo durante semejante tiempo, la única que no tendría nada que perder. La única, también, a la cual, en teoría, no podíamos empeorarle la situación, porque ya se encontraba en la peor situación posible.
Pero ahora nos damos cuenta de que lo vamos a poner en una eternidad que-"
"-No sabemos-" cortó Orozco "-puede sentirlo como diez años, o un día, o simplemente como un desmayo-"
"-No sabemos, es cierto, pero todos nuestros estudios parecen indicar que el tiempo, como lo conocemos, va a dejar de existir para él.
No sabemos qué es la eternidad, no podemos imaginarlo. No estamos hechos para la idea de que no haya fin a las cosas.
Nadie quiere morir, ni cree que vaya a morir, es cierto, pero ¿qué es no morir nunca, a qué se parece? ¿Saber, positivamente, que se es inmortal? ¿Cargar miles y miles de años en la memoria, y pensar que recién se empieza? ¿Queremos eso? -"
            "-ESO-" volvió a interrumpir Orozco "-no nos incumbe. Eso es cuestión de Gozzi-"
            "-Si lo entiende, si se lo explicamos claramente, si. Pero ¿quién de nosotros piensa, honestamente,  que entiende lo suficiente de esto como para explicarlo?
            ¿Qué, exactamente, estamos vendiendo? -"
            "-La vida eterna-"
            "-No-" dijo Tagliaferro "-Ni siquiera eso. Vida es actividad, relación con otros, experiencia. Gozzi se va a pasar esa eternidad solo, con sus recuerdos, en su cama, sin que el sol se mueva ni la imagen de sus ojos cambie-"
            "-Pero no se va a morir. Además, puede no parecerle tanto. A lo mejor su cerebro no concibe tanto lapso temporal y le da un formato más digerible, como un año, o un mes-"
            "-Pero no lo sabemos... -"
            "-¡Por eso hacemos el experimento, mierda! ¡Ojalá pudiésemos hacerlo con un gato o un cobayo, pero todavía no encontramos ninguno que pueda contarnos lo que sintió! -"
            "-Nos estamos yendo del asunto-" resumió Peres "-De acuerdo: si el descubrimiento es bueno para la humanidad o no, es decisión nuestra, y sólo podremos tomarla después de que Gozzi nos cuente qué vivió. Si el descubrimiento es una oportunidad o una maldición para Gozzi, es decisión de él, y no nos incumbe.
            Pero sigue la pregunta original: ¿Qué pasa con el asunto religioso? -"
            "-Eso-" dijo Tagliaferro "-Esto que queremos hacer, ¿puede ser considerado un pecado por la Iglesia? Y, aunque no sea así, si el único mundo en que va a vivir Gozzi es de sus ideas y sus creencias, lo lógico es pensar que, en ese mundo, los mitos cristianos son reales. En el mundo Gozzi, los pecados que te llevarían al infierno de veras te llevan al infierno. ¿No lo estaremos mandando nosotros, al dejarlo sin extremaunción, de cabeza a la perdición eterna? Desde el punto de vista religioso, -"
            "-Mirá-" dijo, parándose y pagando el ticket de la cuenta Orozco "-¿Querés que te diga la verdad? Me cago en el punto de vista religioso. Tengo demasiadas horas de sueño perdidas en esto como para echarme atrás ahora por el Lobo Feroz o la Bruja Mala de Blancanieves.
            Acá no se está hablando de tiempo real, sino de apariencias, de sensaciones. Es como soñar, o como alucinar drogado. Nadie piensa que se puede soñar un pecado. Alucinar barbaridades no es pecar. Si el tipo va a ir al cielo, va a ir de todas maneras. Y si tiene que ir al infierno, no se lo va a perder por creerse que vivió un poco más. Se va a morir, hagamos lo que hagamos, y nada de lo que hagamos va a tener nada que ver con eso, como no lo tendrían un viaje con LSD o una noche de pesadillas.
            Si tiene un dios como la gente, si tiene un dios decente, este tiene que distinguir entre lo que un tipo hace y lo que sueña, y no puede juzgarlo igual por lo uno que por lo otro. Así, por lo menos, se lo voy a plantear a Gozzi, y así también quiero que lo vean ustedes. Y si alguno tiene ganas de pensarlo más, o de seguir boludeando con escrúpulos traídos de los pelos, que siga solo. Yo me voy a dormir. Mañana a las seis, si tengo suerte, tengo un experimento que llevar a cabo-"
            Apenas se fue, Peres y Tagliaferro comprendieron que ya no tenían nada más de que hablar, y ambos, con sus pensamientos encima, volvieron a sus casas.


            Al otro día, Gozzi –débil, frágil, leve- aún vivía. Fue informado por Orozco del principio neurológico que iban a experimentar en él, fue informado de los riesgos implícitos y de las dudas que el equipo de investigadores compartía respecto a qué podía llegar a sentir, y fue dejado a solas para meditarlo.
            Aunque no sacó nada en claro de aquello de activar todas las sinapsis de todas las neuronas a la vez (“O sea, todas las fichas de dominó caídas, todos los infinitos caminos posibles. Usted, que tiene en su memoria los caminos, va a poder trazar en las fichas el que elija porque, cualquiera que fuese este, las fichas que lo integran ya están energizadas. Su conciencia, su mente, para vivir ese instante, debe atender a ellas e ignorar las demás”). Aunque el asunto de lo tolerable o no de la eternidad le parecía demasiado abstruso y rebuscado –no se trataba de pasar todo el tiempo paralizado en la cama, loco de aburrimiento, sino que le habían dicho que, probablemente, iba poder vivir y revivir su vida mejor que si se la proyectasen en el cine-, una parte de él, sin ningún motivo claro, estaba ciegamente convencida de que todo esto era un peligroso error. Sin poder precisar por qué, algo que iba más allá de la prudencia (y más acá del miedo) lo urgía a despedir al loco de  Orozco y tratar de aprovechar en paz sus últimos ratos de vida.
            Así y todo, cuando Orozco entró, no hubo objeciones (ni religiosas ni de las otras), y si, en cambio, un tímido asomo de sonrisa al aceptar el clavo al rojo vivo del que le ofrecían colgarse para seguir un poco más, unos ratos más, una vida, quizás, más. No llamó al cura, no dejó que Matilde entrara ni opinara, y firmó todos los papeles con una mano firme e ilusionada.
            Orozco se retiró a esperar la hora final en el pasillo. En el sillón, con el maletín metálico de las drogas y los equipos de medición y control, esperaban Peres y Tagliaferro.
            No tuvieron que esperar mucho. Hora y media después, el médico de guardia los mandó llamar por la enfermera (no en persona: con papeles firmados o sin ellos, el asunto le parecía obsceno y poco ético). Entraron, comprendieron que Gozzi se iba, y, con fría eficiencia, lo inyectaron a través de la cánula del suero. Matilde, demasiado abatida ya como para combatir por nada, lloraba en silencio y mordía su pañuelo.
            Las drogas recorrieron el sistema de Gozzi (lentamente, porque su corazón ya estaba haciendo las valijas) y, finalmente, llegaron a las células de su cerebro.
            Funcionó. Las encendió a todas a la vez.
            Gozzi fue eterno.


            Cuando el aburrimiento dura tanto que puede llegar a provocar el pánico del sepultado en vida, también es tan atroz que llega a aburrirse del mismo pánico.
            Las primeras eras de Gozzi –las más humanas- las padeció en la enloquecedora tortura de una posición, una vista, un instante, que duraron ¿años, meses, siglos? Imposible decir cuánto. Su mente no podía medir el tiempo, sólo podía sentirse aplastada por él. Su tiempo no era un tiempo de despertar, desayunar, vivir la mañana, almorzar, moverse a lo largo de la tarde hasta la cena, comer, dormirse, soñar y volver a despertar otro día. No pasaba los calores del verano para ver caer luego las hojas del otoño, seguir luego con el frío cruel en el invierno, la explosión de vida de la primavera, el verano otra vez, y la navidad y el año nuevo que le decían que había pasado otro año. Su tiempo era un constante esperar con la vista fija en la pared de la pieza, siempre con la misma luz, siempre en la misma posición, siempre en el mismo silencio. Era como estar en una sala de espera ministerial esperando, esperando, y esperando, o en una cola larguísima de un banco, sabiendo que jamás nos llamarán, que jamás nos tocará llegar a la ventanilla, que jamás nada será distinto de lo que es. Era la clase de tiempo de una interminable mañana de resaca, de una tarde en la oficina con una migraña feroz, de un par de horas en el sillón del dentista. Una eterna noche de insomnio, privado para siempre del alivio del sueño o de la mañana.
Cuando se dio cuenta de que se había condenado al aburrimiento eterno, a un entierro en vida en el cual ni siquiera quedaba la esperanza de librarse con la muerte, entró en pánico. Y no pudo salir.
Permaneció tanto tiempo en el torbellino confuso del pánico (el único pensamiento en su mente un aullido de loco), que finalmente enloqueció. Estar en pánico, y aburrirse del propio pánico, no es otra cosa que eso: pura locura.
            Estuvo loco, perdidamente loco, otra era (¿un siglo, un milenio?), catatónico, totalmente apagado, y sin nada ni siquiera remotamente parecido a un yo.


            La era siguiente lo trajo de nuevo a la conciencia, con un alivio similar al que se obtiene al haber llorado toda la pena. La habitación seguía igual, las personas en ella seguían igual, el sol y el rayo de sol sobre la pared seguían en el mismo lugar, pero Gozzi se sentía antiguo como las rocas o las montañas de la tierra.
            Pensó y empezó a explorar su pensamiento y las herramientas de su pensamiento. Primero consiguió la llave para abrir su memoria, rehaciendo sus recuerdos, prestando atención a las neuronas que los contenían. No recordaba, por supuesto, como el resto de los hombres, sino que vivía lo recordado como si ocurriese por primera vez.
            Mientras recordaba no era Gozzi moribundo y eterno, sino Gozzi en primero inferior, Gozzi con la primera novia, Gozzi cuando murió su madre, Gozzi en el servicio militar... se olvidaba de que estaba recordando, se perdía en sus memorias, y muy a menudo no salía de su recuerdo hasta cincuenta o sesenta años después, cuando el mismo lo llevaba a la parte del hospital y de Orozco. Vivió su vida varias veces, de principio a fin y sin aburrirse nunca, porque cada vez fue la primera, la única vez.


            Luego vino una era en la que intentó cambiar sus recuerdos. Le fue muy difícil, porque, para hacerlo, debía elegir caminos nunca antes creados entre la complejísima red neuronal, asignarles sentido, y creer en ellos. Crear y creer. Abandonó infinidad de veces pero, siempre, el tiempo a llenar resultaba ser mayor que su desánimo, y volvía a intentarlo.
            En un número infinito de intentos, comprendió finalmente, el éxito es tan inevitable como el fracaso.
            Recreó su vida, entonces, pero esta vez en creativas y multifacéticos variaciones. Vivió vidas esplendorosas, vivió vidas plenas de aventuras, y vivió –para probar y para vencer el tedio- vidas desdichadas y horribles. Fue santo, fue sádico, fue patriota, fue mujer, fue rico, fue matemático, fue todo. Lo que no sabía de otro tipo de vidas, por no haberlo experimentado jamás, lo estudiaba, lo analizaba, lo aprendía, creaba un mundo modelo en donde probar si lo que había comprendido funcionaba, lo corregía hasta que quedaba satisfecho con el resultado, y aprendía, aprendía, y aprendía. Empezó a probarse vidas como quien se prueba disfraces, y comprendió que, si el tiempo de que se disponía para ensayar era infinito, los ensayos también lo serían. Fue, quizá, todos nosotros, incluidos usted y Orozco y, al llegar a cierto punto, dejó de ser otro y decidió volver a ser él mismo. Tanto vivir lo había llenado de conocimientos y de ideas, y decidió que, en la era que siguiese, dejaría de navegar por sus ilusiones e intentaría actuar en otro plano.


            En el tramo de eternidad que siguió –y que se sintió como el tiempo necesario para crear, evolucionar, y colapsar una galaxia-, Gozzi aplicó la ciencia que había creado en sus imaginadas vidas anteriores para entender cómo funcionaba el Universo.
            Estas vidas anteriores, por supuesto, no tuvieron libros de texto, como no los tuvo Gozzi, como no los tuvo la humanidad. La humanidad fue creando su ciencia paso a paso, generación a generación, equivocándose, corrigiéndose, y partiendo de la ignorancia absoluta y el cerebro limitadísimo de los primeros homínidos. Gozzi fue más afortunado: entró al experimento de Orozco con sus mediocres sesenta y cinco años de conocimiento, con Galileo y Newton incorporados en su forma básica de pensar, desinfectado de los errores y mitos primitivos, y con un cerebro de sapiens bien alimentado  y estructurado. A partir de ahí, vida tras vida, y en innumerables generaciones (más, quizás, de las que usó la humanidad, porque él trabajaba sólo, sin la colaboración de otras mentes y otras inteligencias), llegó a redactar su propio cuerpo de libros científicos, y a aprender de ellos.
            Vida a vida, siglo a siglo, alcanzó finalmente a nuestra ciencia de hoy. Y siguió adelante.
            Durante toda esta enorme y larga era, Gozzi pensó en el Universo, en el Ser, la Materia y la Energía. Y cuando finalmente lo entendió, el problema de cómo podía un viejo, inválido y en coma por las drogas, influir en el mundo a pesar de tener el cuerpo estragado por la agonía, resultó ser tan sencillo de resolver que, incluso, se resistió a intentarlo de inmediato.


            Durante otra era más –varios universos creados y envejecidos en el futuro- Gozzi simplemente contempló, y gozó, con la comprensión del Todo.
            Al fin de esta era, y antes de zambullirse en otra eternidad en la cual proyectaba algo que no podemos explicar, porque iba más allá de la comprensión de la mente humana, decidió cumplir con su deber postergado de volver al sanatorio.
            Finalmente, por primera vez desde que le habían inyectado las drogas (muchas eras y casi infinitas vidas atrás), cerró los ojos.
Luego los abrió.



            Orozco, que le había visto cerrarlos hacía apenas un segundo, desfalleció, pensando que las drogas no habían hecho efecto. No había cambio visible en Gozzi: el tipo, sin duda, se moría, y no parecía tener nada interesante que contar acerca de ese brevísimo período durante el cual tuvo todas las sinapsis conectadas.
            Sorprendentemente, Gozzi sonrió.
            "-Usted, Orozco, se merece una recompensa por su logro. Y se merece, también, el más cruel de los castigos por ese mismo logro. Recibirá ambos en la misma frase.
            Tuvo éxito, Orozco, tuvo éxito. Créame. Sépalo-"
            La orden “sépalo” detonó en la conciencia de Orozco un brevísimo resumen de las eras experimentadas por Gozzi, y aunque este no hizo más que apenas insinuar una orilla de lo que vivió, Orozco estuvo a punto de perder para siempre la cordura.
            "-Ahora que lo sabe, comprenderá que no puedo permitir que algo tan primitivo como usted juegue al azar con estas cosas. Su castigo, Orozco, será saber la verdad pero no poder evitar negarla-"
            Gozzi entonces Habló, pero lo hizo al cimiento más básico de la mente de Orozco. Gozzi ordenó, sin levantar la voz, pero poniendo grilletes de acero en la voluntad de Orozco con cada palabra que pronunció. Gozzi dispuso, ineludible y definitivamente.
            "-Abandonará este proyecto, luchará por disuadir a cualquiera que lo intente, y hará desaparecer toda prueba o evidencia que pueda haber quedado por allí. Sabrá que tuvo el éxito en la palma de su mano, y será, al mismo tiempo, el más encarnizado enemigo de esta teoría y de cuantos la sostengan.
            Váyase-"
            Orozco, retorcido de frustración y humillado, salió al pasillo con la compulsión irresistible de mentir a sus colegas el fracaso (aún deseando gritar su victoria), y de borrar de la tierra toda huella de su experimento.
            Gozzi sonrió a Matilde (la primitiva, unicelular casi, amebiácea Matilde) y miró los instrumentos de terapia intensiva. Le quedarían cuatro o cinco minutos de vida. Se encogió de hombros: con un segundo era más que suficiente.
            Cerró los ojos en un nuevo parpadeo, y se zambulló en lo infinito





Río Grande do Sul, 4 de abril de 2003