lunes, 23 de abril de 2012

De vuelta a las andadas

Soy el primero en reconocer que no atiendo este blog como corresponde, pero debo decir en mi defensa que nunca me comprometí a ningún tipo de periodicidad. El plan era subir las cosas que estimase valía la pena preservar, compartirlas más o menos abiertamente con cualquiera, y punto. Ninguna obligación, ningúna tarjeta marcada, ningún horario.
Además, uno tiene una vida, también, y montones de cosas interesantes que hacer.
Pero bueno: se juntaron un par de tirones de orejas de gentes que -vaya uno a saber por qué- gustan de seguir esta página, y el hecho de que una vieja amiga (no importa cuán amable sea mi intención al usarla, siempre me parece que esta expresión no va a ser bien recibida jamás por las damas) encontró entre sus cosas algunos dibujos míos y tuvo la gentileza de enviármelos.
Vuelvo entonces a llenar esta pantalla vacía con algunos de ellos, y alguno que otro cuento que pudiese haber encontrado huérfano en un manuscrito mío.


El primer dibujo se llamó "Cualquier cosa menos la piedad". Es fácil. La imágen recuerda a la famosa estatua de Miguel Angel (hay otras varias menos famosas, pero todas tienen más o menos la misma actitud), y el título tiene orígen en que no siempre me sonó trágica la forma en que esta escena es representada en el arte. Si se olvidan las heridas de Cristo (bastante disimuladas en las esculturas), y se presta atención a la escasa diferencia de edad de la pareja, no es difícil extrapolar la posición trágica a una situación romántica.
Mi dibujo tiende más a la picardía que al tormento, y remite a aquella convicción mía de que la piedad (la lástima de Stephan Zweig) es el último microbio que se debería permitir entrar en una relación.
No sé cuando fué hecho, pero sin duda es de aquella época en la que yo consideraba que, si una idea se podía expresar bien con una línea, toda la demás pintura y pinceladas eran apenas un relleno redundante.


Como castigo por insistir en abrir esta dirección web, o como premio a la constancia, aquí va, además, otro de los cuentos que andan encerrados en mi disco duro



TODO, EN UN PARPADEO



            Gozzi se iba a morir.
            Él lo sabía, los médicos lo sabían, su familia lo sabía, las monjas y enfermeras del hospital lo sabían. Su perro, en el fondo del patio, allá en Villa Domínico, lo sabía. Nadie tenía dudas. Nadie tenía esperanzas. Gozzi tampoco.
            Acolchado entre analgésicos, estúpido por los sedantes, adormilado por hipnagogos, tenía, así y todo, ratos de lucidez. Durante esos escasos minutos despierto y conciente, Gozzi comprendía que se moría, sin prisa pero sin pausa, y que nada, ni nadie, podía hacer ya nada más al respecto.
            Se lo tomaba con calma, sin misticismo ni histeria. Se había hecho a la idea desde hacía tiempo. Mientras pudiese seguir así, mientras no doliera, era simplemente cuestión de esperar, aburrido, el fin del partido: el resultado estaba cantado desde hacía rato, y él ya se sentía relevado de la responsabilidad de seguir peleando.

            Una tarde, después de la cena, apareció un médico con dos asistentes. A la mujer de Gozzi no le gustó. Dónde se habrá visto médico sin guardapolvos, y ni hablar de los ayudantes, par de barbudos peludos, con más pinta de hippies drogadictos que de practicantes...
            Al médico pareció no importarle que la señora lo desaprobase, y, cortés pero firmemente, la sacó al pasillo para poder hablar un rato con el moribundo. Al cerrarse la puerta se dejaron de escuchar los rezongos de la mujer y los susurros conciliatorios de las enfermeras. La habitación quedó en un repentino silencio.
            El médico arrimó una silla a la cama, con el respaldo apoyado contra ella, se sentó a horcajadas, apoyó los brazos en el respaldo y la barbuda barbilla en los brazos. Miró un rato a Gozzi, como estudiándolo. Gozzi lo estudió a él a su vez, íntimamente agradecido por el alivio momentáneo de la presencia constante y abrumadora de su esposa.
            "-¿Está conciente, Gozzi? -"
            "-Bastante, doctor -"
            "-Bueno. Usted no me conoce. Permítame presentarme: me llamo...carájo, no importa como me llamo. ¿A usted le importa? -"
            "-Y...no se ofenda, ¿vió? pero, la verdad, a esta altura... -"
            "-Si siente que lo molestamos, o prefiere que nos vayamos... -"
            "-¡No, para nada! Démosle un recreo a la patrona... -"
            "-Bien. Como usted sabrá, le quedan muy pocas probabilidades de mejorar... -"
            "-No. No me queda ninguna. Me estoy muriendo. No pierda tiempo en delicadezas-"
            "-Bueno, mejor entonces. Verá, vengo a hablarle de eso. Vengo a proponerle algo-"
            "-Mire: si es otra cura u otra terapia, ya le estoy diciendo que no. Ya estoy cansado. Morir, sólo se puede morir una  vez, pero desilusionarse, te pueden desilusionar mil veces. Y duele, che. Y ni hablar de los tajos y los pinchazos. No. Basta de terapias nuevas-"
            "-Totalmente de acuerdo. Lo suyo no tiene cura, ni yo vengo a pretender lo contrario. Es más: mi especialidad no tiene nada que ver con su enfermedad. Soy (somos, con mis dos colegas aquí presentes) neurólogos y psicólogos. Pero no curamos ni siquiera eso. Somos investigadores, no terapeutas-"
            "-Pero mire qué bien... -"
            "-...y nos dedicamos a estudiar la percepción temporal. Bueno, no todos. Uno investiga la percepción temporal, otro las sinapsis, y otro los fundamentos neurológicos de la memoria...cosas que a usted, supongo, tampoco le importan un pito-"
            "-y...no se ofenda, ¿vió?, pero-"
            "-De ninguna manera, lo comprendo perfectamente. Pero vea, Gozzi, si usted me permitiera unos minutos de su tiempo –aunque yo sé lo valioso que es a esta altura- y me dejara explicarle... -"
            "-Metalé, nomás. Total, para lo que puedo hacer... -"
            El médico (el investigador, digamos) suspiró hacia el cielorraso. Le importaba ser claro y convincente, pero debía ser también  breve, para no fatigar ni dormir a Gozzi. Tardó unos instantes en armar la explicación que tenía preparada, y otros más en resumirla.
            "-Un hombre vive hasta los noventa años en una granja, sin problemas, repitiendo todos los días el mismo trabajo, viviendo con la misma mujer y sin viajar jamás a ningún lado. No lee ni mira películas.
            Otro hombre muere a los veintitrés, pero viajó por todo el mundo, estudió diversas culturas, tuvo amantes, pasó peligros, vivió aventuras, descubrió placeres insospechados y conoció angustias extremas.
            ¿Cuál de los dos vivió más? -"
            Gozzi, con un gesto, pareció reconocer que era una pregunta peliaguda. El investigador prosiguió.
            "-Una tortuga, una ballena, viven muchísimos años. Una ostra, quizás, también. Sus movimientos y reacciones son lentos.
            Una mosca vive apenas un año, pero sus movimientos, sus acciones, son rapidísimos. ¿Cuál vive más? -"
            Gozzi no parecía tener opinión formada al respecto. El investigador no se amilanó por la escasa respuesta de su público, y prosiguió con su conferencia.
            "-La Vida, la Existencia, ¿Cómo se mide? ¿Se puede medir apenas con un reloj y un almanaque? Una hora esperando a nuestra amante, y otra hora en la cama con ella, ¿no es mucho más larga una que otra?
            Todos sabemos que las horas felices se hacen cortas, y las de agonía largas, aunque todas tengan los mismos exactos sesenta minutos. Y a todos, ocho horas despiertos se nos hacen siempre más largas que diez durmiendo, diga lo que diga el reloj.
            El Tiempo, señor Gozzi, es algo que quizá exista y que quizá no. Ese es un problema de los físicos, no nuestro. Lo que nos interesa a nosotros es que existe en la medida en que lo percibimos. Sea lo que sea el tiempo, lo que al ser humano le importa y le afecta es cómo lo siente.
            Es probable que el hombre de veintitrés sienta que ha vivido más que el de noventa. Es probable, también, que si pudiésemos meternos dentro de las cabezas de una mosca y de una tortuga moribundas, ambas sintieran que transcurrió una vida completa. Ambas sentirían haber vivido la misma cantidad de tiempo-"
            "-Capaz, si... -"
            "-A mi me gusta ilustrarlo con lo de la cámara de fotos. Nuestras mentes funcionan sacando fotos constantemente, una por segundo, digamos, clic, clic, clic. El hombre de noventa sacó muchas más fotos que el de veintitrés, pero su álbum tiene miles de fotos repetidas. Su memoria, al hojear el álbum, pasa todas las fotos repetidas sin mirarlas, o directamente las tira (¿para qué iba a guardar tantas copias, ocupando espacio y aburriendo a todos?) El álbum del otro, por su parte, está lleno de fotos interesantes. Su memoria no puede tirar ninguna, porque son todas únicas. Termina por ser un álbum de fotos más grueso, más completo que el del que solo sacó una foto y tiró mil copias.
            El tiempo no es el tiempo, Gozzi. Es la sensación del tiempo -"
            "-¿Y la mosca y la tortuga? -"
            "-Aha. Ahí tiene. Acá la diferencia no es la variedad de las imágenes, sino la velocidad a que se recogen. La mosca fotografía más rápido. Saca diez fotos por segundo, veinte, cien. La tortuga, una por día. Cuando mueren, mueren con la misma cantidad de fotos en el álbum, aunque hayan vivido diferentes cantidades de años-"
            "-Es muy interesante, eso que dice. Mucho más interesante, por lo menos, que el lagrimeo de mi mujer. Pero sigo sin entender qué tengo yo que ver con-"
            "-Suponga que tuviésemos la forma de sacar las fotos más rápido. Suponga que pudiésemos hacer como la mosca, y experimentar en un año lo que, de otra forma, nos llevaría años y años.
            Entiéndame: no hablo de vivir más tiempo, sino de hacer que ese mismo tiempo se sienta más largo-"
            "-¿Cómo? -"
            "-Ya voy a llegar al cómo, espere un poco. ¿Me va entendiendo, hasta ahora? En un mismo tiempo-reloj, más experiencias –más fotos- se sentirían como más tiempo vivido. ¿Vamos bien? -"
            "-Ahá-"
            "-Bueno: -"
            La puerta saltó hacia adentro, rebotó contra la pared, y amagó volver a cerrarse. Sonó como un tiro en el silencio nocturno del sanatorio. Sus ecos aún no habían muerto cuando volvió a abrirse con furia y por ella apareció la señora de Gozzi, chillando y arrastrando tras de sí a las enfermeras que habían pretendido detenerla del saquito.
            Los insultos y amenazas que profirió no son para ser registrados –y mucho menos ser gritados en la habitación de un enfermo terminal-; baste decir que sólo al rato, y medio amordazada por el abrazo de una monja, bajó la voz y cambió del grito al siseo iracundo. No cambió de furia, sin embargo, así que el airado susurro con que puteaba al investigador resultaba tanto o más irritante que la escena del portazo.
            Gozzi, cansado, y conociéndola de sobra, no hizo ningún intento por aplacarla. Tenía intuitivamente cronometrados los tiempos de su esposa, y sabía que si la dejaban correr sin hacerle frente, se desfogaba en cinco o siete minutos. No eran siete minutos fáciles, de ninguna manera, pero Gozzi, que había aprendido y practicado durante años la técnica de la ausencia presente, era ya un viejo piloto capeando este tipo de temporales.
            Cuando percibió las señales que indicaban que a la señora se le iba acabando el combustible, exagerando su debilidad le dijo
            "-Matilde.
Matilde.
¡Pero Matilde, caramba! ¿Se puede saber qué carájo te pasa, ché? -"
            Tras un breve tartamudeo indignado, Matilde aspiró aire como para de veras explicarle a Gozzi –y al Mundo- lo que le pasaba, pero éste, en un tono que daba a entender muy claramente que su pregunta había sido meramente retórica y que, en realidad, no le interesaba en absoluto lo que le pasara a Matilde, le pidió un poco de paz y tranquilidad para conversar con el doctor. Cuando Matilde amagó replicar, le ganó de mano y la retó (débilmente) por la falta de respeto hacia los demás enfermos.
            Matilde se calló la boca, pero de ninguna manera reconoció haber sido silenciada. Tensa, furiosa, electrizada, tomó una silla, la dejó con firmeza del lado opuesto de la cama, miró al investigador con una declaración de guerra en cada pupila, estableció tácitamente que se quedaba ahí, y que fuese lo que fuese que se hablase de allí en más, se lo iba a tener que hablar delante de ella. Se sentó de un golpe en su silla, y se quedó durita y atenta.
            Gozzi, que sabía cuándo pelear y cuándo retirarse a tiempo, se encogió de hombros e invitó al doctor a que continuase.  
            "-Ejem-" arrancó, empantanado en su incomodidad, el investigador              "-volviendo a lo que hablábamos...parecería que el tiempo se siente más grande cuando hay más instantes de conciencia (o fotos, como decíamos recién), tanto en la mente como en la memoria. Y esto, vimos, se puede lograr de dos maneras distintas: o hacemos una vida muy interesante, o aceleramos los procesos mentales.
            Las dos cosas son sumamente difíciles de conseguir. Nosotros, sin embargo, nos encontramos por casualidad con un proceso que, dando la vuelta por el otro lado, llega al mismo resultado-"  Miró nervioso a Matilde. No le gustaba que estuviese atenta y con ojos de basilisco, no importaba cuán calladita o cuán respetuosa se mostrase: la hostilidad de la señora llenaba la habitación como una flatulencia silenciosa, huérfana y rancia. Era solo cuestión de tiempo o de oportunidad para que tanta estática se descargase sobre él en un violento chispazo  "-para explicárselo, si le interesa, va a tener que soportar otra explicación rebuscada...pero, no sé: si está muy cansado... -"
            "-¡No, para nada! ¡Métale nomás! -"
            "-Bien. Dígame, Gozzi ¿alguna vez supo como funcionan la memoria o la conciencia? -"
            "-No... -"
            "-Quédese tranquilo: nadie sabe. Hay teorías, pero ninguna está aceptada como la definitiva, ninguna se ha podido demostrar más allá de toda duda. En el fondo, cada uno de nosotros elige la que más simpática le resulta.
            La que usamos nosotros para trabajar se basa en que todo lo que pasa en la mente (recuerdos, ideas abstractas, la sensación de que hay que ir al baño, el Yo) son secuencias de neuronas activadas.
            ¿Ubica las neuronas, las células del cerebro? Son muy sencillas. Se tocan entre ellas, y, cuando una recibe un impulso nervioso, lo pasa a alguna de las que toca. No se mueven, no, pero se comportan como una carrera de postas, o como si jugasen a la mancha. El impulso viaja de una a otra, pasa por unas si, por otras no, y, eventualmente, desaparece.
            Cuando el cerebro es nuevo, es como un enorme patio donde hubieran puesto paradas cientos de miles de fichas de dominó, al azar. No están en filas, ni tienen ningún orden en particular. Van de pared a pared, del frente al fondo y de un costado al otro, algunas muy cercanas, otras un poco más separadas, y todas a punto de caerse.
            Cuando se recibe un impulso sensorial (los ojos, por ejemplo, envían la imagen de mamá), llega al cerebro y voltea algunas fichas. El olor y el tacto de mamá va a entrar también, pero por otro sentido, y volteará fichas diferentes. La voz de mamá empuja otras.
            Cada ficha que cayó va a tirar a otra, y esta a otra, y a otra, en una fila irregular que sólo va a dejar de crecer cuando llegue al borde del patio. Cuando esto sucede, cuando la cadena de fichas caídas cesa, en el patio va a quedar una combinación de caminos única. Visto desde arriba, el patio va a parecer un jardín de fichas de pié sobre el cual algo se arrastró y dejó un dibujo particular. Ese dibujo, ese camino que eligieron las fichas para caer es, para el dueño del cerebro, “mamá”. Las fichas vuelven a levantarse solas, pero cada vez que entre por los ojos la imagen “mamá”, como el camino que hagan va a ser el mismo de la primera vez (porque el impulso que lo genera es el mismo), el dueño del cerebro va a reconocer el camino como “imagen de mamá” e, incluso, como conoce el resto del camino (la parte que hicieron el sonido o el olfato), puede asociar, saber, cómo eran el olor y la voz de mamá.
            Por cada idea o recuerdo hay un camino, un dibujo, entre las neuronas. Un símbolo. Ya sé que parece demasiado simple para explicar la mente humana, pero hay que recordar que hablamos de muchísimas neuronas, y de infinitas combinaciones. Muchas veces, lo complejo no es más que la multiplicación exagerada de lo simple.
            Ahora bien: vemos, digamos,  los colores de Boca. Los ojos disparan la combinación de colores al cerebro, estos hacen su camino entre las neuronas, y el dibujo que hacen significa, para cada uno de nosotros, cosas diferentes (dependiendo de a qué lo relacionamos en nuestra vida) Y después, ¿Qué?
            Cuando la chispa deja de saltar de una neurona a la otra, cuando deja de generar caminos que tengan relación con lo que crearon los ojos (porque nosotros también creamos caminos cuando pensamos, o recordamos, o asociamos algo con eso que nos mandaron los ojos), entonces ¿qué pasa?
            Obviamente, el esquema debe borrarse. Las neuronas se apagan, o titilan en otro esquema diferente. No podríamos funcionar de otra manera. Las neuronas, como las lamparitas de un cartel luminoso, o los puntos de fósforo del tubo de un televisor, para poder crear distintas imágenes deben tener la posibilidad de apagarse y deshacer la imagen anterior. Es medio difícil de explicar... -"
            "-No, no, va bien, siga -"
            Entusiasmado, el investigador se enderezó en su silla
            "-Si pudiéramos acelerar la sinapsis, si pudiéramos hacer que las fichas de dominó se cayesen y volviesen a levantar más rápido, parecería que ocurren más cosas en el mismo tiempo, o que el tiempo se alarga, ¿no? Y si lo aceleramos más, si lo llevamos al límite, podríamos estar concientes y pensando horas en lo que para los demás sería apenas un segundo.
            La conclusión extrema de este razonamiento es que, si el tiempo de caída de las fichas de dominó fuese cero, si no demoraran nada en caer ni en levantarse, el tiempo que sentiríamos sería eterno, aunque para los que nos rodean pareciese apenas un parpadeo
            Si pudiésemos hacer eso, Gozzi, el último instante de la vida de un hombre sería, para él, eterno-"
            Calló, mirando intensamente a los ojos de Gozzi.
            Gozzi lo rumió todo unos instantes.
            "-Y ustedes creen que pueden-" afirmó.
            "-Ahá-"
            "-Y para eso me anda buscando. De chanchito de la india-"
            "-Ahá-"
            Gozzi lo volvió a rumiar.
            Matilde no lo aguantó más.
            "-¡Pero usted qué se cree, grandísimo hijo de puta! ¡Cómo se atreve a venir a la habitación de un hombre enfermo a aprovecharse de su desesperación, de su miseria, para usarlo de animal de laboratorio! ¿No tiene decencia, no tiene respeto? ¡Lo voy a hacer echar por la policía, lo voy a hacer meter preso!
 ¡Claro! ¡Por eso me entretenían en el pasillo: querían aprovechar que mi marido anda boleado con los remedios para sacarle vaya uno a saber qué cosa! ¡Pero no señor, no! ¡Ya mismo-"
"-Matilde, carájo, pará de una vez, ché, o te hago sacar a vos también-"
"-¡¿A mi?! ¿Ves que no estás bien, ves que no sabés lo que decís? Mejor voy y te-"
"-¡¡Enfermera!! -" bramó Gozzi, aunque no hacía falta, porque las dos enfermeras del piso ya estaban en la puerta, y con cara de haber soportado ya demasiado
"-¡Está bien, está bien! -"  bajó sus plumas Matilde "-está bien. Me callo. Pero ojo con lo que hacés... -"
Gozzi volvió los ojos, fastidiado, hacia el investigador.
"-Mire, ya es tarde. Estoy cansado, y, la verdad, así -" echó un vistazo rápido y disimulado a Matilde "-así no se puede. Déjeme pensarlo, y mañana hablamos otra vez-"
"-Entiendo, señor Gozzi, pero...bueno, mañana...dése cuenta de que... -"
"-No creo que vaya a morirme esta noche, quédese tranquilo (“¡Animal!” farfulló Matilde) pero, si así fuese, la charla perdida con usted sería el menor de mis problemas. Venga mañana, un poco más temprano, y, si todavía funciono, le doy una respuesta.
Fíjese que cosa: esta noche somos dos los que vamos a correr del riesgo de que yo me muera-"
"-¡¿Respuesta de qué, me querés decir?! -" siseó Matilde "-¡Ninguna respuesta! ¡Cuando le cuente al padre, va a ver cómo lo echan de acá de una patada en el culo! -"
"-¿Al padre? ¿Al padre de Gozzi? -"
"-No, al padre cura. Mi esposa tiene miedo de que a último momento me cancelen la visa al cielo si hago algo que el cura no apruebe.
A propósito: ese es uno de los temas que quiero consultarle mañana-"
Como Gozzi parecía ir durmiéndose rápidamente, el investigador se despidió y salió al pasillo con toda la velocidad que el estrecho espacio entre Matilde y la pared le permitió.
Se sorprendió de cuánto pudo hacerlo transpirar la incomodidad, y se recetó reponer líquidos inmediatamente en el bar de la esquina. Llevó allí también a sus dos asistentes, que habían preferido esperar en el pasillo para no abrumar a Gozzi, y los puso al tanto del paciente, del padre cura, y de la arpía de Matilde.
La última noche de Gozzi se malgastó en un sueño químico, sin sueños.


En el bar, Orozco (que así se llamaba el investigador: Orozco) se dejó caer en la silla del fondo de la última mesa de la esquina más alejada.
Peres, psicólogo, se sentó en la de la pared. Tagliaferro, bioquímico, lo hizo a su vez dándole la espalda a los baños.
"-¿Qué tal te fue? -" punteó Tagliaferro.
"-No me echaron a la mierda... -"
"-¡Ah, pero fue un éxito, entonces! No pensabas lograr tanto... -"
"-...pero faltó poco. La energúmena de la gorda esa se metió justo cuando más interesado estaba el tipo, y gritó, armó despelote, rompió el clima...una cagada, che-"
"-¿Y lo arruinó? -"
"-No, no. Gozzi no rechazó nada de lo que le dije; incluso quedamos en seguir conversando mañana.
Pero no sé...me pareció que, si no se hubiese metido la esposa, el tipo aflojaba ahí nomás. No sé.
No importa, ya está-"
"-Claro, no te preocupes. Mañana podés seguir probando-"
"-Seguro. Si me tienen la gorda afuera, se entiende-"
Peres, que se había quedado callado hasta entonces, intervino
"-¿De qué manera te cortó la charla? ¿Por qué no quiso seguir hablando con vos: tenía una razón, una excusa? ¿Parecía con miedo, con desconfianza? -"
Orozco lo pensó un rato.
"-No, no creo que tuviera miedo. Dijo que estaba cansado –y puede ser, pobre tipo-, pero más bien parecía el tipo de persona que no se decide a comprar algo hasta no estar bien seguro de qué es lo que compra y qué dice la letra chica del contrato. Además, era imposible seguir hablando con la gorda esa jodiendo en la habitación.
Ninguno de los dos podía pensar bien.
Va a ser difícil, te digo. Está interesado en lo que le dije, pero de puro aburrido, a un nivel de...apenas.... -"
"-¿Curiosidad? -"
"-Si, curiosidad. No aparecemos como un salvavidas o un milagro de último momento, sino más bien como un entretenimiento. Gente con la cual charlar y pasar el rato. En cuanto lo molestemos, o no le guste algo de que le ofrecemos, nos echa-"
"-¡Y bueno! ¡Decíle cosas que le gusten! -" se metió Tagliaferro.
"-No puedo. No es ningún bolúdo. Tratarlo como a un estúpido sería la primera de las cosas que podríamos hacer para enojarlo y que nos eche-"
"-¿Y las otras? -" preguntó Peres
Orozco se repantigó en la silla, con cara de fastidio.
"-Lo  último  que hubiésemos esperado, y lo único que no tuvimos en cuenta-"
Los otros esperaban. Orozco parecía demasiado contrariado como para apurarlo.
"-Parece que el tipo es creyente. O, por lo menos, parece que le interesa el asunto-"
"-A esa altura, les preocupa a todos-" dijo Peres
"-Si, supongo que si. Y no parece ser un fanático. Pero, de todas formas, fue el único principio de objeción que me presentó, y es el único que no sé cómo discutir-"
"-¿Por? -"
"-Soy científico, soy agnóstico, y, lo que es peor, todo lo sobrenatural me chupa un huevo. Hace años que no leo, charlo, ni me entero de nada del tema. No sé absolutamente nada de eso. No puedo convencerlo de nada-"
"-¿convencerlo de qué? -"
"-¡Ahí tenés! ¡¿Ves?! ¡Ni siquiera me puedo imaginar qué tiene que ver la religión con lo que nosotros queremos hacer, o qué puede encontrar en nuestra propuesta que vaya en contra de sus principios! -"
"-Ni siquiera conocés sus principios-" intervino Tagliaferro "-¿Qué es: cristiano, católico, evangelista, budista, judío, musulmán...? -"
Por la cara de Orozco, esas irritantes diferencias no significaban nada para él.
"-Bueno, es un apellido italiano-" opinó Peres "-podemos asumir que fue criado como católico. Y frente a la muerte no van a tener importancia los cambios de creencia que haya hecho a lo largo de su vida: cuando lo angustie lo desconocido del más allá, se va a remitir al mito católico. Lo que se creyó de chico, se creyó más profundamente que cualquier otra racionalización posterior, y siempre tiene un aspecto intuitivo de verdad superior al de los demás.
¿No hablaste de un cura, además?-"
"-Católico, entonces-" Orozco "-¿Y qué mierda tiene que ver eso con las sinapsis? -"
Lo pensaron un poco, bajando cerveza. Engulleron algunos maníes sin alegría, como si se estuviesen medicando.
"-Tratemos de ponernos en su lugar-" empezó Peres, más para sí mismo que para los demás "-El tipo sabe que se muere, y que va a ser en cualquier momento. Está tranquilo, o sea que, de alguna forma, ha aceptado la idea.
La forma más cómoda y sencilla de aceptar la propia muerte es haber conseguido la certeza de poder eludirla, y-"
"-Nadie elude la muerte-" murmuró Orozco.
"-No, de hecho no, y nadie piensa en eso. Pero, si existe un Más Allá, si uno puede continuar como uno mismo y recibir una justa retribución, entonces la muerte no es La Muerte, sino apenas un cambio de estado, una agradable metamorfosis-"
"-Pero no hay un Más Allá, y mucho menos una justa retribución-"
"-No sabemos. No importa, tampoco: lo importante es creer que exista para poder morirse tranquilo-"
"-Eso es engañarse a sí mismo. Es una estupidez-"
"-Orozco: cada puto segundo de tu vida que lo pasás tranquilo porque estás seguro de que no te vas a morir al segundo siguiente, te estás engañando. La verdad es que te podés morir en cualquier momento, y que nadie, pero lo que se dice nadie, puede vivir si cree de veras en ello. Te vivís engañando constantemente, apoyándote para vivir en una fe inconsciente en tu inmortalidad, que al final es tanto o más estúpida que el paraíso o el hades. Las drogas que le esconden el dolor a Gozzi son un engaño, también, porque lo real es el dolor, pero a nadie le importa mientras lo ayuden a vivir, o, por lo menos, a morir tranquilo.
Los mitos del Más Allá son igual de útiles e igual de honestos que tu inconsciente creencia en tu inmortalidad, y no nos ayuda en nada el empezar a abrir juicios de valor en este momento-"
"-Tenés razón, perdoná. Es que todo esto me saca de mis casillas... -"
"-Está bien. Ahora, pensemos. El hombre, entonces, se recuesta en ciertas certidumbres para morir tranquilo. Aparecés vos y le proponés...
¿Qué le propusiste, exactamente? ¿Aquello que hablamos de “hacer eterno el último segundo”? -"
"-Ahá-"
"-Lo enfrentaste, entonces, con la necesidad de congeniar los dos esquemas –a cual de los dos más loco-
¿Cómo los empalma? -"
"-Fácil-" dijo Tagliaferro, un tanto sobrador "-La cosa es así: si se muere, y fue bueno, va al cielo. Si fue malo, se jode en el infierno. No va a saber el resultado hasta no morirse: nadie la tiene segura.
Si lo nuestro funciona, en cambio, va a vivir eternamente en ese último segundo, y no se va a ir ni al cielo ni al infierno. Nunca. Jamás-"
"-No, un momento. El sabe que no es así. Aunque le parezca que no, aunque el tiempo vaya a parecerle infinito, no lo es realmente. El segundo va a pasar, él se va a morir, y después va a ir a donde corresponda-"
Orozco, desde el fondo, miraba por la ventana y hacía ruidos de fastidio. Tagliaferro, el único católico del grupo, presentó un nuevo enfoque de la cosa.
"-Hay otro problema. Puede quedar fuera del sacramento de la extremaunción. No va a poder recibirla cuando corresponda-"
"-¿Por? El cura lo confiesa, y después entramos nosotros-"
"-No es tan fácil. La extremaunción, la última confesión, te lava de todos los pecados. Te deja limpio, perfecto para ir al Cielo. Es el Santo Viático.
Si después de recibirla, mientras seguís vivo, cometés otro pecado, la “limpieza” se desvirtúa. Si cometés varios pecados después del Viático, te los llevás puestos.
Normalmente, eso no pasa. Si el cura llegó a consumar el rito, es porque estás por palmarla seguro, pero si un tipo recibiera los óleos, por ejemplo, sobreviviera, pecara y muriese, moriría igual que si nunca hubiese recibido nada-"
Del lado de Orozco llegó una exclamación sorda, de la cuál sólo pudo saberse que terminaba en “udez”. Peres lo ignoró, y se dirigió a Tagliaferro
"-Pero ¿cómo podría un hombre pecar si estuviese experimentando ese último segundo extendido? No tiene control de su cuerpo, no puede lastimar ni matar, no puede robar ni mentir ni tener sexo... -"
"-¡Puf! ¡De un montón de formas! A la hora de decidir qué es pecado y qué no, la Iglesia es muy quisquillosa. No sólo están los pecados de la carne, viejo. Están la intención, la blasfemia, el orgullo, la omisión...un pobre tipo con parálisis total podría ser un negrísimo pecador. Para la herejía, por ejemplo, no hace falta más que un cerebro que dude y un poco de sentido común...y ni hablar de la apostasía-"
"-Ah-"
"-Bueno, bueno-" volvió Orozco "-lo importante, acá, es qué le respondo si me sale con eso. ¿Cómo le contesto, cómo le cierro la boca al cura? -"
"-No. Lo importante, acá, es que no habíamos pensado en eso-"
"-Por eso: necesito algún verso, alguna chicana que corte el asunto de raíz-"
"-No. Necesitamos ponernos de acuerdo sobre qué creemos nosotros de todo esto, primero-"
"-¡No, no, por favor no! ¡No me vengas ahora con que un psicólogo judío tiene objeciones morales católicas! -"
"-No, lo que te estoy diciendo, y no como psicólogo ni como judío, sino como hombre, es que creo que tenemos un nuevo aspecto humano del asunto que considerar antes de hacer nada-"
"-¿De qué aspecto me hablás, si acabás de decirnos que, para vos, son todas mentiras de consuelo para morirse tranquilo? -"
"-Mentira y Verdad son conceptos que tienen sentido cuando existe la posibilidad de verificarlos-" entró Tagliaferro, un poco cohibido "-Yo entiendo lo que él quiere decir. Acá no hay mentira ni verdad. Acá lo que importa es lo que Gozzi cree, y, en su marco de referencia, podemos estar  condenándolo al infierno-"
"-¡Pero si NO HAY infierno! -"
"-Gozzi cree que si. Si nuestro experimento funciona, vamos a hacerlo vivir una eternidad en un mundo donde no va a pasar jamás nada, donde todo lo físico va a estar quieto y congelado para siempre, donde sólo van a haber ideas. En un mundo donde la única realidad son tus ideas, lo que vos creas que es la Verdad va a ser terriblemente importante-"
Todos callaron un rato, rumiando estas ideas. Llevaban meses dedicados a luchar con ideas químicas, histológicas, médicas y psicológicas: sus cerebros había olvidado cómo digerir la metafísica, y todo el proceso les resultaba lento y trabajoso.
La idea de la Eternidad (que hasta ese momento había aparecido como un incuestionable objetivo en sí mismo) aparecía de pronto como algo a llenar, como algo que podía no ser tan deseable, como un territorio no explorado y lleno de incógnitas y misterios. Habían partido de la base de que todos queremos vivir mucho –cuanto más, mejor-, cuando la realidad era que lo que queremos es vivir bien. El sólo vivir mucho, sin más garantías, demostraba repentinamente ser un producto difícil de vender –incluso a un moribundo-
Orozco hizo un esfuerzo por congeniar
"-Bueno, a ver: ¿qué es lo que tenemos que analizar? ¿Qué es lo que tenemos que estudiar, en qué es que nos tenemos que poner de acuerdo? -"
Peres se demoró un rato
"-Pongamos todo en la balanza. Pongamos lo bueno que podemos hacer en un plato, y el daño que podríamos causar en el otro.
Hasta ahora, simplemente nos rompimos la cabeza inventando la forma de conseguir algo. Empezó como una idea original, siguió como una construcción teórica, y terminamos buscando los medios de confirmarlo por medios prácticos. En el entusiasmo, y como buenos teóricos, fuimos tan brutos que nunca nos pusimos a pensar para qué queríamos conseguirlo, ni si estaba bien o mal el hacerlo.
Sopesemos las cosas. Si mañana nos toca arrepentirnos, que sea por haber actuado de buena fe, y no por haber sido inconscientes e irresponsables-"
"-¿Y después nos dejamos de joder y podemos seguir con el trabajo? -"
"-Dále Orozco, dejáte de joder. Nunca está de más revisar las cosas, especialmente cuanto te vas a hacer responsable por un tercero-"
"-Está bien. La balanza. El plato de lo positivo: yo cargo el plato de lo positivo-" Se inclinó hacia adelante, los puños cerrados y las muñecas apoyadas en el borde de la mesa "-La historia del ser humano es la historia de todo lo que ha hecho su cerebro por perdurar en el tiempo. Es lo que nos diferencia de los animales. Los animales no saben que el tiempo existe; viven en un eterno presente, sin temer el mañana o el fin de sus vidas. El ser humano, por el contrario, siempre fue conciente del tiempo, y siempre supo que el suyo no era infinito. Conoce el pasado propio y el de su especie, y de ese conocimiento extrae el de que existe el futuro, de que existen amenazas o promesas en el futuro, y de que su muerte, en dicho futuro, es inevitable. Todo lo que evolucionó, todo lo que inventó, todas las barbaridades que hizo, tuvieron por último objeto el durar más.
Nuestro experimento puede ser la solución definitiva. Si Gozzi tolera la droga, si sale vivo de ese segundo y nos puede confirmar que experimentó lo que esperamos, podemos empezar a jugar con la dosis. Tres dias de estudio en una hora, una maniobra de piloto de avión de un segundo estirada a quince tranquilos minutos, un baño de inmersión tibio de todo un día en un solo remojón...mierda: hasta podríamos hacer que un orgasmo durase dos días, no se...no entiendo qué objeción se le puede poner a un descubrimiento que puede permitirle a cualquiera estirar cuanto quiera su tiempo-"
Los otros dudaban de cómo empezar. Peres, incómodo, tosió un poco.
"-Nadie dice que la idea no sea buena. No habríamos empezado a estudiarla si pensáramos que era algo inútil o indeseable.
El problema es que no podemos graduar la dosis, como vos decís. A esta altura, lo que podemos conseguir es que todas las neuronas se activen simultáneamente durante un segundo, y, aunque no tenemos forma de imaginar a qué se va a parecer el experimentar eso, lo más probable es que se vaya a sentir como eterno. No podemos ni imaginar cómo restringir ese efecto a tus tres dias de estudio en una hora, o un segundo en quince minutos. Es todo o nada. Por eso nos pareció lo más lógico intentarlo en un enfermo terminal, porque era la única persona que podría aceptar desconectarse de este mundo durante semejante tiempo, la única que no tendría nada que perder. La única, también, a la cual, en teoría, no podíamos empeorarle la situación, porque ya se encontraba en la peor situación posible.
Pero ahora nos damos cuenta de que lo vamos a poner en una eternidad que-"
"-No sabemos-" cortó Orozco "-puede sentirlo como diez años, o un día, o simplemente como un desmayo-"
"-No sabemos, es cierto, pero todos nuestros estudios parecen indicar que el tiempo, como lo conocemos, va a dejar de existir para él.
No sabemos qué es la eternidad, no podemos imaginarlo. No estamos hechos para la idea de que no haya fin a las cosas.
Nadie quiere morir, ni cree que vaya a morir, es cierto, pero ¿qué es no morir nunca, a qué se parece? ¿Saber, positivamente, que se es inmortal? ¿Cargar miles y miles de años en la memoria, y pensar que recién se empieza? ¿Queremos eso? -"
            "-ESO-" volvió a interrumpir Orozco "-no nos incumbe. Eso es cuestión de Gozzi-"
            "-Si lo entiende, si se lo explicamos claramente, si. Pero ¿quién de nosotros piensa, honestamente,  que entiende lo suficiente de esto como para explicarlo?
            ¿Qué, exactamente, estamos vendiendo? -"
            "-La vida eterna-"
            "-No-" dijo Tagliaferro "-Ni siquiera eso. Vida es actividad, relación con otros, experiencia. Gozzi se va a pasar esa eternidad solo, con sus recuerdos, en su cama, sin que el sol se mueva ni la imagen de sus ojos cambie-"
            "-Pero no se va a morir. Además, puede no parecerle tanto. A lo mejor su cerebro no concibe tanto lapso temporal y le da un formato más digerible, como un año, o un mes-"
            "-Pero no lo sabemos... -"
            "-¡Por eso hacemos el experimento, mierda! ¡Ojalá pudiésemos hacerlo con un gato o un cobayo, pero todavía no encontramos ninguno que pueda contarnos lo que sintió! -"
            "-Nos estamos yendo del asunto-" resumió Peres "-De acuerdo: si el descubrimiento es bueno para la humanidad o no, es decisión nuestra, y sólo podremos tomarla después de que Gozzi nos cuente qué vivió. Si el descubrimiento es una oportunidad o una maldición para Gozzi, es decisión de él, y no nos incumbe.
            Pero sigue la pregunta original: ¿Qué pasa con el asunto religioso? -"
            "-Eso-" dijo Tagliaferro "-Esto que queremos hacer, ¿puede ser considerado un pecado por la Iglesia? Y, aunque no sea así, si el único mundo en que va a vivir Gozzi es de sus ideas y sus creencias, lo lógico es pensar que, en ese mundo, los mitos cristianos son reales. En el mundo Gozzi, los pecados que te llevarían al infierno de veras te llevan al infierno. ¿No lo estaremos mandando nosotros, al dejarlo sin extremaunción, de cabeza a la perdición eterna? Desde el punto de vista religioso, -"
            "-Mirá-" dijo, parándose y pagando el ticket de la cuenta Orozco "-¿Querés que te diga la verdad? Me cago en el punto de vista religioso. Tengo demasiadas horas de sueño perdidas en esto como para echarme atrás ahora por el Lobo Feroz o la Bruja Mala de Blancanieves.
            Acá no se está hablando de tiempo real, sino de apariencias, de sensaciones. Es como soñar, o como alucinar drogado. Nadie piensa que se puede soñar un pecado. Alucinar barbaridades no es pecar. Si el tipo va a ir al cielo, va a ir de todas maneras. Y si tiene que ir al infierno, no se lo va a perder por creerse que vivió un poco más. Se va a morir, hagamos lo que hagamos, y nada de lo que hagamos va a tener nada que ver con eso, como no lo tendrían un viaje con LSD o una noche de pesadillas.
            Si tiene un dios como la gente, si tiene un dios decente, este tiene que distinguir entre lo que un tipo hace y lo que sueña, y no puede juzgarlo igual por lo uno que por lo otro. Así, por lo menos, se lo voy a plantear a Gozzi, y así también quiero que lo vean ustedes. Y si alguno tiene ganas de pensarlo más, o de seguir boludeando con escrúpulos traídos de los pelos, que siga solo. Yo me voy a dormir. Mañana a las seis, si tengo suerte, tengo un experimento que llevar a cabo-"
            Apenas se fue, Peres y Tagliaferro comprendieron que ya no tenían nada más de que hablar, y ambos, con sus pensamientos encima, volvieron a sus casas.


            Al otro día, Gozzi –débil, frágil, leve- aún vivía. Fue informado por Orozco del principio neurológico que iban a experimentar en él, fue informado de los riesgos implícitos y de las dudas que el equipo de investigadores compartía respecto a qué podía llegar a sentir, y fue dejado a solas para meditarlo.
            Aunque no sacó nada en claro de aquello de activar todas las sinapsis de todas las neuronas a la vez (“O sea, todas las fichas de dominó caídas, todos los infinitos caminos posibles. Usted, que tiene en su memoria los caminos, va a poder trazar en las fichas el que elija porque, cualquiera que fuese este, las fichas que lo integran ya están energizadas. Su conciencia, su mente, para vivir ese instante, debe atender a ellas e ignorar las demás”). Aunque el asunto de lo tolerable o no de la eternidad le parecía demasiado abstruso y rebuscado –no se trataba de pasar todo el tiempo paralizado en la cama, loco de aburrimiento, sino que le habían dicho que, probablemente, iba poder vivir y revivir su vida mejor que si se la proyectasen en el cine-, una parte de él, sin ningún motivo claro, estaba ciegamente convencida de que todo esto era un peligroso error. Sin poder precisar por qué, algo que iba más allá de la prudencia (y más acá del miedo) lo urgía a despedir al loco de  Orozco y tratar de aprovechar en paz sus últimos ratos de vida.
            Así y todo, cuando Orozco entró, no hubo objeciones (ni religiosas ni de las otras), y si, en cambio, un tímido asomo de sonrisa al aceptar el clavo al rojo vivo del que le ofrecían colgarse para seguir un poco más, unos ratos más, una vida, quizás, más. No llamó al cura, no dejó que Matilde entrara ni opinara, y firmó todos los papeles con una mano firme e ilusionada.
            Orozco se retiró a esperar la hora final en el pasillo. En el sillón, con el maletín metálico de las drogas y los equipos de medición y control, esperaban Peres y Tagliaferro.
            No tuvieron que esperar mucho. Hora y media después, el médico de guardia los mandó llamar por la enfermera (no en persona: con papeles firmados o sin ellos, el asunto le parecía obsceno y poco ético). Entraron, comprendieron que Gozzi se iba, y, con fría eficiencia, lo inyectaron a través de la cánula del suero. Matilde, demasiado abatida ya como para combatir por nada, lloraba en silencio y mordía su pañuelo.
            Las drogas recorrieron el sistema de Gozzi (lentamente, porque su corazón ya estaba haciendo las valijas) y, finalmente, llegaron a las células de su cerebro.
            Funcionó. Las encendió a todas a la vez.
            Gozzi fue eterno.


            Cuando el aburrimiento dura tanto que puede llegar a provocar el pánico del sepultado en vida, también es tan atroz que llega a aburrirse del mismo pánico.
            Las primeras eras de Gozzi –las más humanas- las padeció en la enloquecedora tortura de una posición, una vista, un instante, que duraron ¿años, meses, siglos? Imposible decir cuánto. Su mente no podía medir el tiempo, sólo podía sentirse aplastada por él. Su tiempo no era un tiempo de despertar, desayunar, vivir la mañana, almorzar, moverse a lo largo de la tarde hasta la cena, comer, dormirse, soñar y volver a despertar otro día. No pasaba los calores del verano para ver caer luego las hojas del otoño, seguir luego con el frío cruel en el invierno, la explosión de vida de la primavera, el verano otra vez, y la navidad y el año nuevo que le decían que había pasado otro año. Su tiempo era un constante esperar con la vista fija en la pared de la pieza, siempre con la misma luz, siempre en la misma posición, siempre en el mismo silencio. Era como estar en una sala de espera ministerial esperando, esperando, y esperando, o en una cola larguísima de un banco, sabiendo que jamás nos llamarán, que jamás nos tocará llegar a la ventanilla, que jamás nada será distinto de lo que es. Era la clase de tiempo de una interminable mañana de resaca, de una tarde en la oficina con una migraña feroz, de un par de horas en el sillón del dentista. Una eterna noche de insomnio, privado para siempre del alivio del sueño o de la mañana.
Cuando se dio cuenta de que se había condenado al aburrimiento eterno, a un entierro en vida en el cual ni siquiera quedaba la esperanza de librarse con la muerte, entró en pánico. Y no pudo salir.
Permaneció tanto tiempo en el torbellino confuso del pánico (el único pensamiento en su mente un aullido de loco), que finalmente enloqueció. Estar en pánico, y aburrirse del propio pánico, no es otra cosa que eso: pura locura.
            Estuvo loco, perdidamente loco, otra era (¿un siglo, un milenio?), catatónico, totalmente apagado, y sin nada ni siquiera remotamente parecido a un yo.


            La era siguiente lo trajo de nuevo a la conciencia, con un alivio similar al que se obtiene al haber llorado toda la pena. La habitación seguía igual, las personas en ella seguían igual, el sol y el rayo de sol sobre la pared seguían en el mismo lugar, pero Gozzi se sentía antiguo como las rocas o las montañas de la tierra.
            Pensó y empezó a explorar su pensamiento y las herramientas de su pensamiento. Primero consiguió la llave para abrir su memoria, rehaciendo sus recuerdos, prestando atención a las neuronas que los contenían. No recordaba, por supuesto, como el resto de los hombres, sino que vivía lo recordado como si ocurriese por primera vez.
            Mientras recordaba no era Gozzi moribundo y eterno, sino Gozzi en primero inferior, Gozzi con la primera novia, Gozzi cuando murió su madre, Gozzi en el servicio militar... se olvidaba de que estaba recordando, se perdía en sus memorias, y muy a menudo no salía de su recuerdo hasta cincuenta o sesenta años después, cuando el mismo lo llevaba a la parte del hospital y de Orozco. Vivió su vida varias veces, de principio a fin y sin aburrirse nunca, porque cada vez fue la primera, la única vez.


            Luego vino una era en la que intentó cambiar sus recuerdos. Le fue muy difícil, porque, para hacerlo, debía elegir caminos nunca antes creados entre la complejísima red neuronal, asignarles sentido, y creer en ellos. Crear y creer. Abandonó infinidad de veces pero, siempre, el tiempo a llenar resultaba ser mayor que su desánimo, y volvía a intentarlo.
            En un número infinito de intentos, comprendió finalmente, el éxito es tan inevitable como el fracaso.
            Recreó su vida, entonces, pero esta vez en creativas y multifacéticos variaciones. Vivió vidas esplendorosas, vivió vidas plenas de aventuras, y vivió –para probar y para vencer el tedio- vidas desdichadas y horribles. Fue santo, fue sádico, fue patriota, fue mujer, fue rico, fue matemático, fue todo. Lo que no sabía de otro tipo de vidas, por no haberlo experimentado jamás, lo estudiaba, lo analizaba, lo aprendía, creaba un mundo modelo en donde probar si lo que había comprendido funcionaba, lo corregía hasta que quedaba satisfecho con el resultado, y aprendía, aprendía, y aprendía. Empezó a probarse vidas como quien se prueba disfraces, y comprendió que, si el tiempo de que se disponía para ensayar era infinito, los ensayos también lo serían. Fue, quizá, todos nosotros, incluidos usted y Orozco y, al llegar a cierto punto, dejó de ser otro y decidió volver a ser él mismo. Tanto vivir lo había llenado de conocimientos y de ideas, y decidió que, en la era que siguiese, dejaría de navegar por sus ilusiones e intentaría actuar en otro plano.


            En el tramo de eternidad que siguió –y que se sintió como el tiempo necesario para crear, evolucionar, y colapsar una galaxia-, Gozzi aplicó la ciencia que había creado en sus imaginadas vidas anteriores para entender cómo funcionaba el Universo.
            Estas vidas anteriores, por supuesto, no tuvieron libros de texto, como no los tuvo Gozzi, como no los tuvo la humanidad. La humanidad fue creando su ciencia paso a paso, generación a generación, equivocándose, corrigiéndose, y partiendo de la ignorancia absoluta y el cerebro limitadísimo de los primeros homínidos. Gozzi fue más afortunado: entró al experimento de Orozco con sus mediocres sesenta y cinco años de conocimiento, con Galileo y Newton incorporados en su forma básica de pensar, desinfectado de los errores y mitos primitivos, y con un cerebro de sapiens bien alimentado  y estructurado. A partir de ahí, vida tras vida, y en innumerables generaciones (más, quizás, de las que usó la humanidad, porque él trabajaba sólo, sin la colaboración de otras mentes y otras inteligencias), llegó a redactar su propio cuerpo de libros científicos, y a aprender de ellos.
            Vida a vida, siglo a siglo, alcanzó finalmente a nuestra ciencia de hoy. Y siguió adelante.
            Durante toda esta enorme y larga era, Gozzi pensó en el Universo, en el Ser, la Materia y la Energía. Y cuando finalmente lo entendió, el problema de cómo podía un viejo, inválido y en coma por las drogas, influir en el mundo a pesar de tener el cuerpo estragado por la agonía, resultó ser tan sencillo de resolver que, incluso, se resistió a intentarlo de inmediato.


            Durante otra era más –varios universos creados y envejecidos en el futuro- Gozzi simplemente contempló, y gozó, con la comprensión del Todo.
            Al fin de esta era, y antes de zambullirse en otra eternidad en la cual proyectaba algo que no podemos explicar, porque iba más allá de la comprensión de la mente humana, decidió cumplir con su deber postergado de volver al sanatorio.
            Finalmente, por primera vez desde que le habían inyectado las drogas (muchas eras y casi infinitas vidas atrás), cerró los ojos.
Luego los abrió.



            Orozco, que le había visto cerrarlos hacía apenas un segundo, desfalleció, pensando que las drogas no habían hecho efecto. No había cambio visible en Gozzi: el tipo, sin duda, se moría, y no parecía tener nada interesante que contar acerca de ese brevísimo período durante el cual tuvo todas las sinapsis conectadas.
            Sorprendentemente, Gozzi sonrió.
            "-Usted, Orozco, se merece una recompensa por su logro. Y se merece, también, el más cruel de los castigos por ese mismo logro. Recibirá ambos en la misma frase.
            Tuvo éxito, Orozco, tuvo éxito. Créame. Sépalo-"
            La orden “sépalo” detonó en la conciencia de Orozco un brevísimo resumen de las eras experimentadas por Gozzi, y aunque este no hizo más que apenas insinuar una orilla de lo que vivió, Orozco estuvo a punto de perder para siempre la cordura.
            "-Ahora que lo sabe, comprenderá que no puedo permitir que algo tan primitivo como usted juegue al azar con estas cosas. Su castigo, Orozco, será saber la verdad pero no poder evitar negarla-"
            Gozzi entonces Habló, pero lo hizo al cimiento más básico de la mente de Orozco. Gozzi ordenó, sin levantar la voz, pero poniendo grilletes de acero en la voluntad de Orozco con cada palabra que pronunció. Gozzi dispuso, ineludible y definitivamente.
            "-Abandonará este proyecto, luchará por disuadir a cualquiera que lo intente, y hará desaparecer toda prueba o evidencia que pueda haber quedado por allí. Sabrá que tuvo el éxito en la palma de su mano, y será, al mismo tiempo, el más encarnizado enemigo de esta teoría y de cuantos la sostengan.
            Váyase-"
            Orozco, retorcido de frustración y humillado, salió al pasillo con la compulsión irresistible de mentir a sus colegas el fracaso (aún deseando gritar su victoria), y de borrar de la tierra toda huella de su experimento.
            Gozzi sonrió a Matilde (la primitiva, unicelular casi, amebiácea Matilde) y miró los instrumentos de terapia intensiva. Le quedarían cuatro o cinco minutos de vida. Se encogió de hombros: con un segundo era más que suficiente.
            Cerró los ojos en un nuevo parpadeo, y se zambulló en lo infinito





Río Grande do Sul, 4 de abril de 2003

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