lunes, 5 de septiembre de 2011

Por qué seguir


Me tocó ser golpeado por la peor desgracia que le puede suceder a una persona, que es perder a un hijo. Me tocó de improviso y sin explicación. Y me robó a una persona que tenía la extraña magia de lograr que todos a su alrededor se sintiesen alegres y apreciados. Perdí a mi nena, y este golpe bestial cortó de un tajo una gruesa arteria de amor que iba de mi corazón al suyo, haciendo que todo ese cariño se perdiera, inútil, en los días y noches que siguieron a su muerte.
No es este el lugar de hablar de mi dolor. Pero sí creo que tengo la obligación de explicar algo.
Cuando a uno le pasa algo así, y cuando consigue salir del estupor y el crudo dolor del principio, empieza a pensar cosas raras. No me avergüenza reconocer que muchas de esas cosas fueron tan estúpidas como el suicidio, la búsqueda obsesiva por alguna culpa, la paranoia mística, y los actos de homenaje desaforados. Para quien no es religioso, además, y que descree también de los ritos y ceremoniales “que corresponden”, la sensación de desamparo y de impotencia es desoladora.
La tentación de doblegarse y hacer cualquier cosa que nos haga sentir que “algo hicimos” (por ella, por nosotros: no se) también es poderosísima. Y si no caí en ella –ni en ninguna de las otras estupideces que me cruzaron por la cabeza- fue en parte por el amor de las personas que me quieren (Claudia, Seba, los viejos, mis hermanos), y en parte, también, por la forma en que decidí rendirle homenaje a So. Flores marchitas, una lápida solitaria, retratos con listón negro: toda la parafernalia usual la sentía como inútil a la hora de robarle a la muerte aunque sea un pedacito de su triunfo. Pero adoptarla a ella como consejera para el futuro, hacer que su criterio, su humor, y su forma de ser pasasen a ser una especie de duendecito sentado en mi hombro a la hora de juzgar y tomar decisiones, me hizo sentir mejor.
Nunca pensamos igual Sofi y yo, y no creo que nunca llegáramos a hacerlo tampoco. Pero siempre reconocí que, las veces en que me retó, las veces en que me discutió, y las –muchísimas- veces en que se rió de mi, siempre lo hizo desde una perspectiva distinta a la mía. No mejor ni peor: nueva, diferente. Recuerdo esas perspectivas, recuerdo esa actitud ante el mundo que se había fabricado, y recuerdo sus atajos y cortes netos en los razonamientos largos y estructurados. Seguir recordándolos, seguir preguntándome “Qué diría Sofi ahora de esto, qué opinaría de aquello?” es mi forma de conservar, en vez de un recuerdo estático, una forma más dinámica y más viva de permanencia de su persona.  Sofi –la verdadera Sofi- no puede estar en las fotos quietas, en las ropas que ya no va a usar, ni en el pequeño cofrecito que guarda sus cenizas. Si algo puede seguir vivo de Sofi, eso son los buenos recuerdos que todos conservemos de ella, y las cosas que siga haciendo a través de mí y de mi idea de cómo hubiese procedido ella en mi lugar (las veces, claro, en que le haga caso: ya dije que no siempre estuvimos de acuerdo. Pero incluso sin hacer exactamente su gusto, no dudo que esa otra opinión fresca y llena de humor me va a influír y va a influír siempre de alguna manera en mis actos).
Y aquí llegamos a este blog. La primera tentación fue cerrarlo por tiempo indeterminado (por “luto”, por decoro, por respeto a la gravedad de lo que pasó). Me pareció que seguir con algo tan liviano en un momento en que mi mundo se había ennegrecido del piso al techo, era una falta total de sensibilidad. Una indecencia, incluso.
Pero entonces, de nuevo, le pregunté a So. Lo que me respondió queda entre ella y yo, pero el blog sigue. Y como hay que elegir cómo seguirlo, y como eso me corresponde a mí solito, elegí para ello un hada de parsec que le hice a ella hace unos cuatro o cinco años. Nunca la apasionó mucho (era demasiado naïve para su estilo, demasiado infantil para quién buscaba con ansia su identidad adulta), pero nunca se deshizo de ella.
Pensé en sentarla sobre su urna, como una forma de poner algo de frescura y de alegría en un sitio tan frio y feo como el lugar donde se encuentra, pero después, pensando en las telarañas y las cascaduras inevitables del tiempo, me di cuenta de que sólo estaría creando un adorno feo para el futuro. En el blog, por otro lado, no va a envejecer: al igual que mi recuerdo de So, va a estar siempre igual, siempre entera, y siempre sonriente.
Y aunque a algunos les pueda parecer una morbosa falta de respeto, me gusta imaginar a veces a una So del tamaño de esta hada, sentada en mi hombro derecho, acompañándome con sus risas y sus consejos por el resto de nuestras vidas y tirándome de la oreja cada vez que me paso de serio, de rebuscado, y de formal.
Te quiero, So.

1 comentario:

  1. Carlos: solo quería dejarte mi abrazo. (De madre, de hermana) Sofia esta seguramente a tu lado, es parte de tu alma, y de tu corazón. Tu blog, tus palabras son el mejor homenaje.
    Laura Jaet

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