domingo, 2 de octubre de 2011

Barcos

Se puede decir mucho de los barcos, y de cómo afectan y modifican el carácter de quienes viven de ellos. Todo trabajo configura, en cierta forma, al trabajador, pero cuando el trabajo implica vivir en él, no tener otra cosa con la que interactuar que él (a veces meses seguidos), y se desarrolla en un medio ambiente bastante exótico (y a veces peligroso o, por lo menos, incómodo), es inevitable que se meta más hondo en la parte fenotípica del carácter del pobre tipo.
Hasta el idioma, en cierta forma, lo sugiere: uno no trabaja de marino, uno es marino. Como cura, o médico, o policía. Tiene parte de su alma vendida al demonio de su profesión, y, cada tanto, este demonio le reclama su cuarto de libra de cerebro.
Previsiblemente, esta profesión va a afectar y a meterse en las manifestaciones inconscientes del que la cumple. No en muchos de mis dibujos (pero si en muchos de mis escritos) aparecen estos dinosaurios de acero que, a través del mundo extraterrestre del océano, llevan en su vientre pequeñas burbujas de sociedad humana.

 "Varadura". Dícese del acaecimiento en el cual un navío toca fondo blando y queda imposibilitado de moverse por sus propios medios. Triste, indefenso, y extrañado, como la mujer verde de la costa legamosa.
 "Como nunca se vió". Le robé el título a un cuadro de Gardel de Martiniano Arce (creo). El buque es el Rio Neuquén -mi primer buque-. Hay miles de cuadros de barcos dando vueltas y molestando por ahí, así que me dije "Por qué no pintarlo visto desde abajo del agua?". Si no impresiona por su realismo, por lo menos tiene el mérito de lo original
 "Fenicios en el Gualeguaychú (para Chacho, que se sentía Inclinado A Creer)" -En la onda de "De Yokohama a Buenos Aires". Me gusta cómo me salieron los colores de la mañanita, pero fallé miserablemente a la hora de lograr la textura de las maderas viejas.
 "Martín chico, San Nicolás" Vista desde el puente del Tlaloc (buque embrujado si los hay...)
 "Maniobra terminada: velocidad de mar" Segundo dibujo con el mismo título. La frase corresponde a la orden del puente que indica a máquinas que se terminó la tensión de maniobrar en aguas restringidas, y que uno puede relajarse y empezar a aumentar paulatinamente la velocidad. Es la frase que implica libertad para el cetáceo de fierro, poder liberado, y serenidad sin sobresaltos. Es una linda frase.

"Dragones y Victorys: animales mitológicos". Los Victory fueron quizá la base de la marina mercante moderna argentina, y para los viejos que los tripularon se transformaron en el parámetro contra el cual comparar cualquier otro buque más moderno. Por supuesto, con los años, el olvido y la memoria, aquellos Victory de mierda se habían vuelto embarcaciones de los dioses, y los más jóvenes estábamos hartos de oír tantas exageraciones míticas sobre ellos, así que terminé por asimilarlos más a la fantasía que a la ingeniería naval. Justo es que durmieran en las dunas junto con mis dragones rojos.

Y bueno: como este blog no da para meterle dentro un cuento o una novela entera de las que escribí sobre barcos, quizá una poesía un tanto macabra sirva para cumplir con la parte de la letra escrita.
Se basa en uno de los tantos cuentos de fantasmas que se cuentan a bordo, y creo que, a pesar de no estar maravillosamente escrita, se entiende sin que yo explique más.


EL ESCOCÉS (para la gente del Jujuy II, que me lo contó)

Lo durmió el alcohol en un sitio fresco
en lo hondo del fondo más bajo del casco.
Terminaron el buque y lo encerraron adentro.
Murió del espanto, o de asfixia, o de encierro.

La vida del buque brotó de la suya.
En el mismo instante, el mismo momento
que gritó con su último aliento,
el mundo oyó el vidrio del vino en la roda.

En un nicho blindado, sellado y estanco
se quedó hecho huesos y pelo y pellejo,
que las olas mezclaron, que las olas rompieron,
horror oxidado, dientes blancos y trapos secos.

Nunca lo hallaron. Nadie jamás miró
en su oxidado osario revuelto.
Se lo sabía, sí, sepultado
bajo chapas y vigas que él mismo instaló.

Sin embargo, poco a poco se supo
que cuando el buque nacía, cuando el hombre moría,
una chispa espiritual para siempre reunía
al barco sin alma y al alma sin cuerpo,

y empezaron a verlo. No siempre, no cualquiera,
(nunca más que  por un parpadeo).
Aquellos locos de rutina, de sudor y sueño,
alucinados de hastío, olvidados de tierra,

sentían un hombre gris, de overall grasiento,
que en un flash opaco, con mirada grave,
señalaba un motor, una válvula, una llave,
y se iba en seguida en fatal silencio.

Y golpeaba la desgracia. Allí donde él apuntaba.
Hubo miedo hacia el Rencor del fantasma
que dañaba, que amenazaba, que por dañar
sepultaba el hierro que a él lo sepultara.

Pero luego, locos de rutina de sudor y de sueño,
Alucinados de hastío, olvidados de tierra,
mataron el tiempo en la tarea
de encontrar y entender al espectro.

Nunca pudieron. Pero entendieron
que su rostro ceñudo, su índice exigente,
no dañaban: advertían, sí, que era urgente,
hacer algo que él vió y que ellos no vieron.

Ayudaba. A su muda y fantasmal manera
montaba una guardia insomne y constante,
cuencas sin ojos, calavera vigilante,
de impotentes, descarnadas manos mensajeras.

Quizá entendió, triste y sin esperanza
que no era más que un quiste del barco,
que su última gente era la gente del barco,
que el fin del barco era también su final.
. . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Tripulantes casi esclavos, de ojos oblicuos
llevaron el buque al Oriente.
¿Quién sabe si navega, si se hundió, si lo fundieron?
¿Qué será del El Escocés,
                                          su marino más antiguo?

White, 16/2/04

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