sábado, 16 de julio de 2011

Qué tánto valor-chisme pueden tener mis cosas en Bubok

"El infinito, un animal metafísico"

No sé si se entiende bien de donde salieron las cosas que están en carlosduro.bubok.com.ar
No se si yo mismo lo entiendo bien. Por las dudas, acá abajo copio y pego la nota que tengo en la carpeta de mi computadora que contiene todos los archivos pasados en limpio desde mis cuadernos:
           
"Consciente de mi necesidad de corregir casi constantemente lo que escribo, por esa mala costumbre de no planear  con anticipación lo que quiero hacer, desde hace varios años vengo escribiendo con lápiz (e incluso con un grado de mina que marca poco el papel, para poder disimular las borraduras). Esto trajo, con  los años, el inconveniente de que los escritos más antiguos (¡qué forma horrorosa de referirse a algo que uno hizo casi ayer, cuando era apenas un poco más joven!), aquellos primeros experimentos, se estaban volviendo casi ilegibles.
            Ni la Literatura ni la Cultura de la Humanidad iban a perder gran cosa pero, en lo personal, la cosa me angustió un poco. Si hay un equivalente psicológico a conservar todos los análisis clínicos de nuestra vida en una historia médica, ese debe ser el guardar todo lo que uno escribió. Releer escritos personales es revivir lo que se sentía entonces, recordar cómo se pensaba, en qué se creía, qué estética marcaba nuestro camino. Puede que para un tercero estos cuentos no sean más que una colección de previsibles y mal estructurados argumentos, pero para mí son el jeroglífico que me permite volver un poco en el tiempo, a la piel y la cabeza de aquél que fui. Así que, Word siglo XXI mediante, me remangué y empecé a pasarlos en limpio.
            Por supuesto, su valor documental es sumamente relativo. Yo empecé a escribir -y creo que ya un poco alienadito- alrededor de los 14. Metía hojas y hojas Rivadavia en una carpeta, encuadernada apenas con dos hojas de canson negro. Soy consciente (era consciente ya entonces) de que eran cosas pobres, hechas con un idioma defectuoso y, muchas veces, desvergonzadamente copiadas de lecturas que me atrapaban por aquella época. Si vamos a ser estrictos, sin embargo, tengo que reconocerle a aquél pibe su tesón: la última vez que vi esa carpeta parecía una guía de teléfonos, completamente manuscrita, sin hojas en blanco ni ilustraciones, con mi letra chica y apretada de punta a punta. Si la hubiese conservado, hoy tendría un plano riguroso de como se formó -o deformó- mi carácter durante mi primera adolescencia; tal como resultaron las cosas, algo ocurrió (y juro que no puedo recordar qué), que me llevó a quemarlas en bloque. No voy a exagerar mi lamento por  aquellas primeras páginas: uno debe respetar un poco a su yo pasado, y yo, aunque quizá no comparta lo drástico de la decisión de aquel Carlitos, estoy dispuesto a asegurar que, en su momento, sus buenas razones debe haber tenido. Pero no todo se perdió, sin embargo: como el puro hecho de escribir se había vuelto ya parte de los cimientos de mi autoestima, tuve, parece, la debilidad de conservar algunos escritos.
            Años después, y según reza en el epígrafe del DA1V (título enigmático, que dudo nadie pueda elucidar sin mi ayuda y cuya explicación, perversamente, me reservo) me decidí a pasarlos a un cuaderno, junto con otras cosas que venía escribiendo por aquel entonces.
            Empezó la era de los cuadernos manuscritos, y allí también fue donde apareció por primera vez esta vanidosa desprolijidad mía. No soportaba deshacerme de lo que había escrito, pero tampoco soportaba releer algunos errores vergonzosos, así que caí en el híbrido del original corregido. La estética, hasta donde daban mis luces, mejoró, pero el valor documental -la "pista psicológica"- se contaminó. Ya bastante difícil era leer entre líneas lo que trataba de decir o disimular un chico de quince años, para ahora tratar de encontrarlo bajo la poda y el maquillaje agregado por uno de veinte.
            El tomo II, en cambio, es directo, como lo fueron todos los posteriores (si se exceptúa alguna corrección ortográfica, o alguna llamada que agregué para salvar contradicciones o errores en los nombres). Allí están, en mi mesita de luz, para quién se atreva a descifrar mi caligrafía en mina blanda.
             Pero, como decía al principio, al ver que las líneas se desleían, encaré el trabajo de pasar todo a formato magnético, y tuve la misma debilidad que cuando escribí el DA1V: no toleré algunas desprolijidades, y corregí. Corregí las correcciones que habían corregido los papeles que no se habían quemado, y corregí las correcciones hechas a los cuentos y poemas posteriores. Como las capas de una cebolla, para llegar al autor original hay que pelar capa tras capa de mejoras y sustituciones. Las fechas al pie de cada escrito,  cuando las hay, pueden tomarse como indicación de cuándo concebí el argumento y redacté el original, pero de no mucho más que de ello.
            Por supuesto, yo siempre estoy allí. Mérito y culpa son míos, y, aunque hay Carlitos mezclados en estos escritos (Carlitos adolescentes y cuarentones, Carlitos solos y Carlitos casados, Carlitos hijo y Carlitos padre de familia), si lo que interesa es quién soy -o qué soy-, la respuesta está allí para quién quiera o pueda leerla. Lo que no se puede es separar el huevo de la mayonesa: no se puede conocer a alguna de mis etapas en particular, porque todas han sido revisadas y expurgadas por la última -y puede que la más aburrida- de mis metamorfosis. En cualquier caso, no voy a repetir el error del auto de fe de mis primeros papeles. No voy a deshacerme de los cuadernos manuscritos, tengan las miserias que tengan. (También han de tenerlas estas galeras informáticas,  asumo, y no por ello voy a malgastar mi ancianidad reescribiendo las mismas cosas y, entre ellas, esta misma nota.). No es por rigor documental o pereza; puestos a explicarlo, y aunque suene medio rebuscado, yo diría que la literatura le ofrece al autor la tentación (divina) de corregir el pasado, de desdecir lo que dijo, o decirlo distinto -a diferencia de la vida, que cuaja y fragua en el instante, irremediablemente y para siempre-. Ante la impotencia de reescribir la vida, uno se puede volver medio adicto a reescribir la forma en que escribió sobre ella. Eventualmente, empero, uno madura y termina por asumir y aceptar su vida tal cual fue, perdiendo, en el proceso, todo el placer que le daba el acomodar sus dichos.
            Involuntariamente, tal vez, uno termina asumiendo y aceptando sus viejos errores de gramática y sintaxis, teniendo para con ellos la piedad y la simpatía que reservamos para nuestras primeras chambonadas. ¿Quién sabe?: si hubiese conservado aquella carpeta de tapas de canson negro....

            Aquí están, pues, las últimas versiones de las cosas que he escrito. Que disfrute el que pueda, y el que no, que sepa ser piadoso."


"Ilustración para una tarjeta del día de la madre (Nadie dijo nunca que fuese el dia de la madre humana...)"




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